Frente al dolor
P. Fernando Pascual
1-2-2023
El dolor no solo hiere a quien
lo sufre. Deja también sus huellas en familiares, amigos, conocidos.
Una persona se apaga poco a
poco por la esclerosis. Otra sufre por falta de trabajo. Otra no deja de llorar
porque le abandonó su esposo o su esposa.
Junto a esos dolores de seres
queridos, sentimos pena por los niños huérfanos de guerra, por los hambrientos
en diversos rincones del planeta, por las víctimas de injusticias de todo tipo.
Frente a tanto dolor, ¿es
posible hacer algo? En ocasiones, podemos estar cerca de quienes conocemos, con
una palabra, con una ayuda, con cariño.
Pero sentimos que eso es poco,
que el dolor encapsula al otro y parece como engullirlo, sobre todo cuando el
sufrimiento se prolonga por meses y años.
Entonces su dolor entra
también en nosotros, porque sentimos nuestra impotencia, nuestra pequeñez,
nuestra inutilidad de ofrecer algún alivio eficaz.
Siempre podemos rezar a Dios
por quienes sufren. En ocasiones, esa oración tiene un tono de queja, porque no
comprendemos el aparente silencio de Dios.
Sin embargo, solo Dios puede
ser el consuelo pleno de tantos hombres y mujeres que sufren en su cuerpo y en
su corazón.
A ese Dios dirigimos nuestra
súplica, para que alivie, para que consuele, para que dé esperanza, para que
fortalezca.
Miramos a Cristo, Dios y
Hombre, que reza a su Padre por sus hermanos. Nos unimos a su oración en tantas
noches al raso, en Getsemaní, en el Calvario.
Ese Cristo, que nos conoce,
que sabe lo que es sufrir, está hoy, como en el pasado, junto a cada persona
que sufre, que llora, y que necesita un consuelo que solo puede llegar,
plenamente, desde el corazón de un Dios que ama...