Epidemias y reacciones
sociales
P. Fernando Pascual
26-1-2023
Las epidemias causan daños
directos, más o menos graves, en la salud de miles de seres humanos. Al mismo
tiempo, causan daños de diverso tipo por culpa de las reacciones de la gente
ante cada epidemia.
En efecto: una epidemia no
solo hiere la salud de las personas, sino que desencadena emociones, juicios,
comportamientos, que en ocasiones pueden llegar a ser más dañinos que la misma
enfermedad.
Así, por ejemplo, si una
epidemia genera formas extremas de miedo, angustia, rabia, incluso acciones
contra los contagiados o los que tengan síntomas “peligrosos”, provoca daños en
las personas asustadas y en las relaciones sociales.
Basta con imaginar cómo han
sido tratado enfermos de ciertas enfermedades infecciosas en el pasado. Un caso
paradigmático es el de la lepra, con el miedo y la marginación que esa
enfermedad provocaba. Otro ejemplo son las pestes, tan frecuentes en diversos
momentos del pasado, que llevaban incluso a formas de pánico desproporcionado.
Las recientes epidemias, como
la pandemia de Covid-19, han mostrado que en nuestra época, que para muchos
sería “científica” y progresista, también ha habido reacciones
desproporcionadas, sea en la gente, sea en algunas autoridades.
Al mismo tiempo, hemos
presenciado debates y discusiones, entre particulares y grupos, en medios de
comunicación y en hospitales, en parlamentos y otros organismos públicos, en
los que se producían críticas y descalificaciones entre quienes defendían
posturas diferentes.
Además, en algunos lugares las
autoridades impusieron limitaciones a libertades básicas con efectos dañinos no
solo para las personas, las familias, los centros de atención a ancianos, sino
para la misma economía, al provocar el cierre de muchas empresas y la pérdida
de miles de puestos de trabajo.
Las reacciones sociales ante
una epidemia se explican desde ese miedo generalizado ante las enfermedades,
sobre todo cuando se producen muchos contagios y cuando los hospitales no son
suficientes para atender a los enfermos.
Pero esas reacciones necesitan
ser moderadas desde una buena reflexión científica y una prudencia en las
decisiones, sobre todo las que toman las autoridades, para evitar que los “remedios”
sean peores que las enfermedades.
Frente a cada epidemia vale la
pena una reflexión serena y equilibrada de quienes tienen mayor competencia
médica. Con la ayuda de expertos serios y prudentes, y desde un buen apoyo de
los medios informativos, la gente estará en mejores condiciones para comprender
lo que ocurre y vislumbrar las medidas más adecuadas para afrontar la
situación.
Solo entonces se evitarán
reacciones desproporcionadas y dañinas, y se buscarán caminos concretos,
eficaces y bien fundados, para atender a los enfermos, para evitar contagios
prevenibles, y para mantener en pie el adecuado respeto a los derechos y
libertades de todos.