Dos mil años de cristianismo
P. Fernando Pascual
18-1-2023
Hay quienes piensan que Cristo
no logró salvar al mundo, que fracasó en la tarea que le había asignado el
Padre.
Basta con releer tantas
páginas dramáticas de la historia de estos dos mil años de cristianismo, para
sentir una sensación de fracaso.
Sin embargo, a pesar de los
millones de personas que han sufrido injusticias en estos siglos, a pesar de
los muchos bautizados que han traicionado al Maestro, el cristianismo no
fracasó en un número incontable de personas.
No fracasó en los pecadores
arrepentidos, que pidieron perdón, que repararon por sus faltas, que sintieron
el bálsamo curativo de la misericordia.
No fracasó en los padres y
madres, en los hijos e hijas, que establecieron hogares donde el amor cristiano
era luz, cariño, y un esfuerzo continuo para ayudar a los más necesitados.
No fracasó en un gran número
de religiosos de órdenes, congregaciones y otros modos de vida consagrada, que
fueron fieles al Cristo que los invitaba a una entrega total al amor.
No fracasó en obispos y
sacerdotes de todos los siglos, que enseñaron a sus comunidades, que animaron a
los débiles, que impulsaron a emprender grandes obras a los más generosos, que
confirmaron a los fieles en su fe.
Es cierto que esos y otros
magníficos resultados no borran las sombras de estos dos mil años, sobre todo
en aquellos bautizados que optaron por vidas tibias, que pactaron con la
mentalidad de este mundo, incluso que traicionaron al Maestro y a sus hermanos.
Pero a pesar de esas sombras,
el milagro que inició con la Encarnación del Verbo en el seno de la Virgen
María no solo ha dejado una huella en páginas maravillosas de la historia
humana, sino que hoy sigue suscitando conversiones, paz, esperanza y, sobre todo,
amor.
Cristo empezó su experiencia
terrena, como enviado del Padre, en un rincón del planeta y con un anhelo
inmenso por llevar misericordia a todos. Hoy llega a nosotros su mensaje, desde
una Iglesia viva y misionera.
Ayudados por su gracia, podemos
renovar una fe que se ofrece a todos aquellos que son invitados a acoger al
Mesías, a llegar a ser hijos de Dios Padre y hermanos entre sí.