Choques de voluntades
P. Fernando Pascual
18-1-2023
Con frecuencia estallan
conflictos cuando se produce un choque de voluntades.
Eso ocurre en todos los
niveles de relaciones humanas: en la familia, entre amigos, en el trabajo, en
el edificio, en el barrio, en la ciudad, entre regiones y países.
Así, en una casa estalla el
conflicto cuando uno abre ventanas para cambiar el aire y otro las cierra para
que no entre polen.
Entre amigos, uno propone ir a
un parque y otro rechaza la idea porque prefiere ir al cine.
En el trabajo, el conflicto
puede llegar a niveles insospechados cuando dos empleados luchan por conseguir
el ascenso a un cargo vacante.
La lista se hace larga, hasta
incluir guerras entre dos o más Estados que luchan por controlar un territorio
rico en minerales o que buscan “ajustar cuentas” del pasado.
Cada choque de voluntades
implica que dos o más personas tienen puntos de vista y deseos de acción que
son incompatibles: si se hace lo que uno desea el otro se siente frustrado por
no realizar su propio deseo.
Los choques de voluntades
provocan daños leves, si el asunto es pequeño y si los “combatientes” evitan el
recurso a opciones agresivas.
En cambio, los choques de
voluntades generan daños de gravedad cuando una de las partes, o las dos,
recurren a la fuerza. Una fuerza que puede ser simplemente de palabra (ataques
personales, insultos, descalificaciones, engaños) o, en casos más serios,
física.
La historia humana está llena
de conflictos que han provocado dolores indescriptibles en millones de
personas, y que tuvieron su inicio representativo en el primer choque de
voluntades entre Caín y Abel.
Para evitar esos daños,
resulta necesario reconocer que no todos podemos querer lo mismo, que los
choques de voluntades son muchas veces inevitables, pero que existen modos
correctos para alcanzar acuerdos aceptables.
No siempre se puede contentar
a todos. Basta con recordar el ejemplo del abrir o cerrar ventanas. Pero
siempre resulta posible buscar puntos de encuentro que permitan no solo evitar
conflictos dañinos, sino alcanzar acuerdos que mantengan la armonía entre las
personas y tutelen la paz en los corazones de las personas implicadas.