Un curso de ética
P. Fernando Pascual
10-1-2023
Un curso de ética puede
enseñar a distinguir entre el bien y el mal. Puede exponer las diferentes
teorías del pasado y del presente sobre el argumento. Puede analizar dilemas,
discutir situaciones, ofrecer criterios de acción.
Alcanzar una buena comprensión
de esos y otros puntos que puedan enseñarse en ese curso siempre será de gran
ayuda para los estudiantes y para el mismo profesor.
Pero lo más interesante, y en
apariencia lo más difícil, sería que el curso de ética ayudase a todos,
profesores y alumnos, a mejorar sus disposiciones interiores y a orientarse con
eficacia hacia una vida auténticamente buena.
Esta idea no es novedosa.
Aristóteles, en el siglo IV a.C., ya indicaba que sería extraño conocer bien
las diferentes doctrinas en este ámbito y luego vivir de maneras que van contra
la justicia y la bondad.
Por lo mismo, un curso de
ética sería realmente provechoso si suscitase en todos ese
anhelo por alcanzar modos de vivir de acuerdo con las virtudes,
especialmente aquellas que más nos enriquecen y que mejoran las sociedades.
¿Cómo elaborar un programa
para lograr un objetivo tan ambicioso? No resulta fácil responder, sobre todo
porque en ocasiones quienes enseñan ética no tienen una idea clara de cuál sea
la doctrina mejor.
Por lo mismo, la primera tarea
a acometer es encontrar, entre las diferentes teorías éticas, aquella que mejor
ayude en el camino de las personas y de los grupos a vivir plenamente como
seres humanos, abiertos a la convivencia y orientados hacia la existencia tras
la muerte.
El tema de la existencia tras
la muerte, desde luego, merecería ser demostrado, lo cual exige un discurso
mucho más amplio. Pero resulta clave, pues una vida ética que no incluyese el horizonte
de esa vida futura y del encuentro con un Dios justo y bueno, encontraría
serias dificultades para ser generadora de mejoras profundas e integrales.
Cada año, en muchas
universidades se ofrecen cursos de ética. Alumnos y profesores se encuentran,
dialogan, discuten sobre el bien y el mal, lo justo y lo injusto, los valores y
los antivalores, sobre las virtudes y los vicios.
Luego, cada uno vuelve a sus
hogares. Si el curso llega hasta lo íntimo de las conciencias y está elaborado
de una manera completa, desde un deseo sincero por alcanzar las verdades
propias de la ética, poco a poco habrá cambios en los modos de pensar y de
vivir de quienes compartieron en las aulas unos momentos apasionantes para
encontrar propuestas éticas que sean buenas y conduzcan a la plenitud humana.