Destruir la espada para ser
libre
P. Fernando Pascual
26-11-2022
Entre las historias de
conversión que se produjeron gracias a la vida sacerdotal de san Vicente de
Paúl, hay una que ayuda a comprender lo que significa desprenderse de algo muy querido
para así llegar a ser realmente libres.
Un caballero saboyano, el
conde de Rougemont, tenía una gran habilidad en el
uso de la espada. Con frecuencia, aceptaba o pedía duelos, en los que vencía
fácilmente.
En una ocasión, fue a visitar
al entonces párroco Vicente de Paúl. Tras escucharle, se convirtió de un modo
fulminante. Vendió sus posesiones en la zona de Rougemont,
y con el dinero empezó a ayudar a la Iglesia.
Además, se dedicó a atender a
enfermos y mendigos en un hospital. Pero todavía no se había desprendido de
algunos bienes, pues su director espiritual no se lo permitía.
Sin embargo, en su interior
notaba que Dios le pedía un nuevo paso de generosidad y desprendimiento. Tenía
que dejar a un lado algo a lo que tuviese afectos desordenados. Pero, ¿qué
podría ser ese algo?
Tras analizar lo que era su
vida, lo que tenía, lo que recibía de otros, se fijó en su espada, y se
preguntó por qué la llevaba consigo. El mismo Vicente de Paúl cuenta lo que
ocurrió en ese momento:
“¿Por qué la llevas? pensó;
¿podrías pasar sin ella? ¡Cómo! ¡Dejar esta espada, que tan bien me ha servido
en tantas ocasiones y que, después de Dios, me ha sacado de tantos peligros! Si
alguien me atacara, me vería perdido sin ella. Pero también es verdad que
podría surgir algún agravio y tú no tendrías el valor, llevando una espada, de
no servirte de ella, y ofenderías a Dios enseguida. ¿Qué haré, Dios mío?, se
dijo; ¿es posible que me trabe el corazón este instrumento de mi vergüenza y de
mi pecado? No encuentro ninguna otra cosa que me tenga atado más que esta
espada; sería un cobarde si no me desprendiera de ella. Y en aquel momento vio
una piedra grande; se bajó del caballo y, ¡tris, tras, tris, tras!, la rompió
finalmente, la hizo pedazos y se marchó”.
Ese gesto pudo parecer difícil
a aquel hombre deseoso de una auténtica vida cristiana, pero precisamente su fe
le permitió llevarlo a cabo. El resultado no se hizo esperar: empezó a ser
libre. Así lo narra Vicente de Paúl:
“Me dijo que aquel acto de
desprendimiento, al romper aquella cadena de hierro que lo tenía preso, le dio
una libertad tan grande, que, a pesar de ser contra la inclinación de su
corazón, que amaba a esa espada, ya nunca tuvo afecto a las cosas perecederas;
solamente buscaba a Dios”.
Cada uno puede analizar su
corazón y ver si no existe algún afecto, algún objeto, que impide llegar al
verdadero amor, porque ese afecto nos ata a los bienes terrenos.
Puede parecer muy difícil
llegar a romper una espada, o cualquier otro objeto que consideramos precioso. Pero
lo que importa es alcanzar esa libertad interior que se logra cuando nos
ponemos en manos de Dios y estamos listos para que nos conduzca, día a día, en
el camino del amor generoso y alegre.
(El texto de san Vicente de
Paúl está tomado de la siguiente biografía: José María Román, San Vicente de
Paúl, BAC, Madrid 1981).