Gobernantes elegidos y bien
común
P. Fernando Pascual
5-11-2022
Al menos como ideal, un
sistema democrático tiene como objetivo que la gente pueda elegir a sus
gobernantes según las preferencias políticas de la mayoría.
Tanto si ese ideal se realiza
en algún Estado concreto, como si no se realiza por leyes y por normativas que
impiden realmente a la gente votar lo que desea, los gobernantes elegidos
deberían tener siempre ante sus ojos un solo objetivo: el bien común.
Por desgracia, en muchos
países los parlamentarios y los gobiernos elegidos por las urnas trabajan más
por los intereses propios del partido, o incluso por intereses personales de
políticos corruptos, que por el bien de la comunidad.
Constatar que ocurre lo
anterior no implica dejar de defender ese ideal que permite que una democracia
llegue a ser sana: trabajar por aquellos intereses legítimos y buenos de todos
los miembros de la sociedad.
Por desgracia, no contamos, en
muchos lugares, con mecanismos y sistemas eficaces de control para impedir que
los políticos elegidos tras unas elecciones busquen objetivos injustos, o
partidistas, o ideológicos.
Existen, ciertamente, algunos
tribunales capaces de frenar una ley injusta o de someter a juicio a quienes,
elegidos por “el pueblo”, trabajan contra el pueblo, de forma que se puedan
evitar ciertos abusos graves.
Pero cuando los parlamentos y
los gobiernos controlan a los jueces y emanan leyes que abusan de la “inmunidad
parlamentaria”, las malas decisiones de los gobernantes pueden causar daños
enormes a millones de personas en sus Estados.
Con un esfuerzo continuo por
mejorar los sistemas políticos democráticos será posible evitar este tipo de
distorsiones que perjudican no solo a los gobernados, sino a los mismos
gobernantes, pues toda injusticia, en el fondo, provoca en quien la comete
daños enormes que muchas veces no llegan a ser percibidos.
En un mundo lleno de
injusticias, de sobornos, de chantajes, de corrupción, de favoritismos, de
propuestas que exaltan a unos y denigran a otros, resulta especialmente urgente
buscar modos concretos que permitan curar los corazones de quienes trabajan en
los partidos políticos, para que tomen solamente decisiones de acuerdo a lo que
la gente espera de ellos: decisiones orientadas a promover la justicia y el
bien común.