Al rescate de la justicia
P. Fernando Pascual
14-10-2022
Al inicio del libro segundo de
la República de Platón, el lector encuentra dos discursos apasionados,
uno de Glaucón, otro de Adimanto. Los dos hermanos
exponen la opinión de muchos a favor de injusticia. Al mismo tiempo, piden a
Sócrates que defienda la justicia contra sus críticos.
Los dos discursos parten de
una interesante distinción entre tres tipos de bienes. Algunos los queremos por
sí mismos, aunque no produzcan ningún resultado beneficioso. Otros bienes los
buscamos no por sí mismos, sino por sus beneficios. Y otros los perseguimos por
sí mismos y por sus resultados.
Aquí se coloca la gran
pregunta: ¿en cuál de los tres tipos de bienes colocaría Sócrates a la
justicia? El famoso filósofo responde, casi de inmediato: entre los bienes
buscados por sí mismos y por sus beneficios.
Luego, Glaucón y Adimanto ofrecen sus discursos, que reflejarían la opinión
general: muchos son justos porque no pueden ser injustos, pero serían injustos
si tuvieran poder y ocasiones para serlo.
La historia del anillo de
Giges, contada por Glaucón, sirve para ilustrar esta tesis. Un pastor honesto,
tras encontrar una especie de anillo que le permite hacerse invisible o visible
según lo gire de una manera o de otra, va al palacio del rey, seduce a la
reina, asesina luego al rey, y consigue así adueñarse del poder real.
En otras palabras, la historia
de Giges muestra cómo una persona que durante mucho tiempo habría vivido, al
ser vista por otros, de forma honesta y justa, cuando tiene la oportunidad de
actuar injustamente sin ser descubierta, cambia sus decisiones y hace aquellas
injusticias que le sirvan para lograr resultados prometedores.
El resto de la República
es un camino largo, a veces estimulante, otras poco comprensible o incluso
criticable, para superar la objeción común y demostrar que la justicia vale por
sí misma y por sus resultados. En otras palabras, se trata de un intento
grandioso por lograr el rescate de la justicia.
Que Platón consiguiera, a
través de esta obra (y de otros Diálogos), convencer a los demás de esa idea,
depende de las maneras en las que los lectores acojan las partes más
aprovechables del texto, en las que se defiende que una vida justa, aunque
termine en fracaso ante la gente, vale siempre, porque ser justos implica tener
un alma buena y lograr hacer las mejores elecciones en la vida.
Por desgracia, en muchas
épocas de la historia, también en la nuestra, miles de seres humanos han
preferido la vida del crimen, del robo, de la traición, para mejorar su
situación económica, o para eliminar a un competidor, o simplemente para
conseguir placeres anhelados.
Frente a tantos que han
escogido y escogen la vida aparentemente “triunfante” de hacer el mal sin
escrúpulos, y de hacerlo con la habilidad suficiente como para no ser
descubiertos, la vida de tantos otros que viven para defender a los indefensos,
para proteger a viudas y huérfanos, para ayudar a pobres y enfermos, tiene un
brillo especial que nadie puede suprimir.
Ese brillo, así lo enseñó
Cristo en el Evangelio, salta hasta la vida eterna, pues el corazón de Dios
Padre recuerda y premia cualquier acto de bien y de justicia hecho por quienes
están dispuestos a sufrir injusticias antes que cometerlas, hasta llegar al
martirio orientado a uno de los mejores objetivos humanos: vencer el mal con el
bien (cf. Rm 12,21).