Estar mal por mi propia culpa
P. Fernando Pascual
14-9-2022
Todo iba bien: la salud, la
familia, el trabajo, las amistades. Unas decisiones equivocadas llevaron a
daños que parecen irreparables. Surge, entonces, un fuerte sentimiento de
culpa.
Duele mucho tener que
reconocer que estoy mal por mi propia culpa. Si no hubiera iniciado aquella
mala amistad, si me hubiese alejado a tiempo a ese vicio, si hubiese sido más
prudente a la hora de pedir un préstamo...
Los errores del pasado
empiezan a pesar como una piedra que llena de tensiones el presente y ponen,
ante nuestros ojos, un futuro incierto, incluso angustiante.
No podemos cambiar el pasado.
No podemos eliminar consecuencias de ciertas decisiones. No podemos volver a
aquel momento en el que dejamos el buen camino para empezar a saborear las
amarguras del pecado.
Por eso, sentimos tanta pena
al tener que reconocer que, por nuestra culpa, estamos ahora mal, cuando
podríamos estar, seguramente, mucho mejor.
Esa pena, sin embargo, resulta
estéril, incluso dañina, si nos lleva a lamentaciones continuas, a quejas
contra uno mismo (el verdadero culpable) o contra otros, a lágrimas amargas.
En cambio, esa pena puede ser
fecunda si nos lleva a asumir serenamente la propia responsabilidad, para aprender
de lo ocurrido, para reparar los daños que puedan ser curados, y para
aprovechar tantas ocasiones de bien que siguen ante nuestro corazón.
Nos levantaremos, entonces,
desde una gran esperanza, puesta en Dios, para recomenzar cada día, para dar
cariño a los que están más cerca, para invertir las energías que tenemos en las
oportunidades del hoy.
Las heridas del pasado nos han
enseñado lo importante que es dejarnos aconsejar, orar antes de tomar
decisiones importantes, ser prudentes ante espejismos que engañan y destruyen,
y buscar en todo cómo podemos vivir de la mejor manera posible: amando a Dios y
a los seres que Él ha puesto a nuestro lado...