De enemigos a compañeros de
infortunio
P. Fernando Pascual
20-8-2022
Habrá seguramente novelas,
películas, o relatos de la vida real, que presentan la historia de dos soldados
enemigos, a los que una batalla convierte en compañeros de infortunio e,
incluso, en amigos.
Antes de la batalla,
disparaban con uniformes diferentes, desde un lado y otro lado de las
trincheras. De repente, una explosión, o unas balas, y los dos soldados
enemigos terminan en una misma ambulancia.
A los que veíamos disparándose
mutuamente, los encontramos ahora en un hospital de campaña, una cama al lado
de la otra.
Son simplemente dos seres
humanos, quizá de edades similares, que sufren como consecuencia de las heridas
de la guerra.
Una guerra los separó, los puso
uno ante el otro, según estrategias elaboradas en cuarteles generales y desde
intereses de gobiernos que a veces viven muy lejos del frente de batalla.
Esa misma guerra los ha unido
en la desgracia, desde las heridas provocadas por una entre tantas batallas que
afectan a miles y miles de soldados obligados (o voluntarios) a experimentar
los rigores de la vida en el ejército.
Ahora que ya no llevan el
uniforme, que no tienen armas, que no reciben órdenes, ¿cómo se miran? ¿De qué
hablan? ¿Qué piensan el uno del otro, antes llamados a destruirse mutuamente,
ahora “aprisionados” bajo las consignas de los médicos y los enfermeros?
Si consiguen entenderse en un
idioma compartido, aunque solo sean con gestos comprensibles universalmente,
quizá reconozcan que el “enemigo” tiene sueños de paz, tiene deseos de volver a
casa, tiene una familia que lo espera, tiene un trabajo que realizar en su
aldea o su ciudad.
Verán, con sorpresa, que
comparten la misma humanidad, los mismos sueños y miedos, los mismos deseos de
felicidad y de justicia, los mismos anhelos de que la guerra termine cuanto
antes.
Quizá solo convivan en esas
camas de emergencia por unos días, pero esos días pueden ser decisivos para
quitar de sus mentes y de sus corazones prejuicios que a veces surgen contra “los
otros”; prejuicios que por desgracia llevan a deshumanizar a los adversarios
cuando, realmente, siguen siendo tan humanos como uno mismo.
Dos soldados han dejado de ser
enemigos. Ahora simplemente comparten el mismo infortunio y, lo que es más
importante, aprenden a verse de una manera nueva.
No son simplemente piezas en
un tablero dirigido por otros que buscan aplastar al adversario. Son seres
humanos que necesitan ayuda, tal vez perdón, y, siempre, esa justicia y ese
amor que pueden terminar con las guerras y promover un mundo realmente
fraterno...