Frustraciones y expectativas
P. Fernando Pascual
14-8-2022
En ocasiones personas que
tienen un alto nivel económico viven en una frustración más o menos continua.
Al revés, hay otras personas
con pocos recursos (y menos dinero), que se declaran satisfechas con la vida
que les ha tocado vivir.
El fenómeno ha sido analizado
por diversos autores, y se explica con cierta facilidad: a mayores expectativas
y deseos, mayor riesgo de experimentar frustraciones.
Por eso, algunos pensadores
han propuesto la “estrategia” de controlar, incluso disminuir, los propios
deseos y expectativas, para adoptar un estilo de vida sobrio y asequible.
Esta “estrategia” ya estaba
presente en el mundo antiguo, cuando algunos filósofos criticaron la avidez
como fuente de males, y propusieron la medida y el orden como caminos para
alcanzar una existencia serena y equilibrada.
Por desgracia, personas y
sociedades pueden orientarse a la búsqueda de continuas mejoras técnicas, de
mayor bienestar, de placeres más intensos, hasta llegar a situaciones en las
que muchos quedan atrapados en dependencias como las del alcohol, la droga, los
juegos compulsivos.
Hoy en día muchos experimentan
frustraciones ante ese inmenso mundo de la electrónica. Con un simple teléfono
móvil o una computadora conectada a Internet, se abre un horizonte casi
infinito de posibilidades, y las expectativas de experiencias gratificantes
aumentan de modo exponencial.
El resultado,
sorprendentemente, es un aumento de frustraciones y desengaños. Porque incluso
quienes parecen felices ante los cientos (en ocasiones, miles) de “seguidores”
y “amigos” en redes sociales, experimentan ansiedad y tensión ante metas cada
vez más difíciles de alcanzar.
En un mundo que, según se
dice, corre demasiado rápido, vale la pena replantearnos las metas que
consideramos buenas, asequibles, portadoras de paz interior, para no incurrir
en frustraciones que al final nos destruyen internamente.
Entonces veremos los
beneficios de esa antigua enseñanza que invita a la moderación, al “nada en
exceso”, que tanto ayuda a abrirse a las cosas sencillas de la vida: la
conversación sin prisas con un amigo, el paseo en un atardecer tranquilo, o un
rato de oración en una iglesia que nos permite hablar con Dios y renovar
nuestros deseos de entregarnos al servicio de los demás.