Bienes realizables que nos
mueven
P. Fernando Pascual
1-7-2022
Hay un texto de Aristóteles
que, en su brevedad, ofrece una reflexión importante para comprender las
decisiones humanas.
El texto dice lo siguiente: “lo
que causa el movimiento es siempre el objeto deseable que, a su vez, es lo
bueno o lo que se presenta como bueno. Pero no cualquier objeto bueno, sino el
bien realizable a través de la acción” (Sobre el alma, libro III,
capítulo 10, 433a26-28, texto español de la editorial Gredos).
Para Aristóteles, un aspecto
clave de la vida humana y de muchos animales consiste en la posibilidad de
moverse, de emprender acciones físicas que modifican en parte el mundo externo
y la propia situación del sujeto.
Uno se mueve porque busca
alguno bueno, o al menos supuestamente bueno, y porque cree que puede
alcanzarlo a través de unas actividades concretas.
Ello implica dos condiciones.
La primera: solo nos mueve aquello que vemos como bueno. Una comida, una
medicina, una actividad física, solo nos “estimularán” y nos llevarán a actuar
si las consideramos como buenas.
La segunda: no basta con que
algo se me presente como bueno. Se requiere, además, que pensemos que ese algo
es alcanzable, que podemos obtenerlo o realizarlo según las posibilidades concretas
de nuestra vida.
Estas condiciones, sin
embargo, están rodeadas de no pocos problemas. Respecto de la primera
condición, ocurre con frecuencia que suponemos que sea bueno lo que en realidad
podría dañarnos. También ocurre que algo bueno no lo vemos como tal, y así no
le prestamos atención.
Respecto de la segunda, en
ocasiones pensamos que una meta buena sería inalcanzable, porque la vemos
difícil, o porque imaginamos que no habría tiempo para perseguirla, cuando en
realidad, con un poco de esfuerzo y de organización, podríamos emprender
acciones concretas para “conquistarla”.
Otras veces nos engañamos
pensando que algo bueno está a nuestro alcance, cuando en realidad resultaría
prácticamente imposible. Cuando ocurre esto, podemos empezar un esfuerzo que
termina tarde o temprano en el fracaso, lo cual puede generar desgaste y
frustraciones.
A pesar de que existen estos
problemas, lo cierto es que continuamente nos movemos para alcanzar bienes
vistos como realizables, posibles; bienes que, además, generan en nosotros
deseos más o menos conscientes.
El gesto sencillo de
levantarnos por las mañanas surge del deseo de ir al trabajo, de ayudar a un
amigo, de arreglar desperfectos en la casa, de salir a pasear, o tantas otras
actividades vistas como buenas y realizables.
Todo lo que hacemos, en otras
palabras, es posible porque identificamos bienes asequibles, que podemos
conquistar con acciones concretas.
Desde luego, hay que
establecer una buena escala de prioridades, pues ante nosotros existen cientos
de opciones, y no podemos abarcarlas todas a la vez, porque falta tiempo y
porque también los medios económicos limitan mucho lo que sea realizable.
La vida se construye desde
muchas decisiones cotidianas. Algunas parecen de poco valor, pero tienen su
importancia. Otras llegan a configurar fuertemente el presente y el futuro, por
ejemplo cuando dos personas deciden casarse o cuando hay que escoger entre dos
posibles trabajos.
Lo importante, a la hora de
tomar cada decisión, es acertar respeto a lo que sea realmente bueno, y
construir una personalidad equilibrada y madura, orientada a buscar la
plenitud. La cual, según la visión cristiana, consiste en amar a Dios y a los
seres humanos que nos acompañan en el camino de la vida.