Merecer un castigo

P. Fernando Pascual

3-8-2022

 

¿Qué expresamos al decir que alguien merece un castigo, incluso que yo mismo lo merezco?

 

Normalmente, la idea de castigo está asociada a la idea de culpa: si he hecho un acto injusto, si he dañado a un compañero o un familiar, merezco un castigo.

 

Con el castigo, ciertamente, no se elimina el daño causado a otros, pero se espera, al menos, una especie de purificación, unida, cuando sea posible y oportuno, a la reparación del daño ocasionado.

 

Todo ello supone reconocer esa libertad que caracteriza a los seres humanos, y que nos permite escoger entre lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, lo que ayuda o lo que perjudica.

 

Si negamos la libertad humana, el castigo podría ser como una especie de entrenamiento para apartar a un “autómata” de malas acciones.

 

En ese caso, sin embargo, el castigo no tendría un sentido moral pleno, porque simplemente buscaría controlar un comportamiento, sin curar ninguna culpa (no hay culpa donde no hay libertad).

 

Sabemos, por experiencia propia y por observar a otros, que sí somos libres, que escogemos muchas veces aquello que va contra el bien, contra la verdad, contra la justicia.

 

Por eso, un castigo adecuado, que respete la proporción ante el mal cometido, sirve de ayuda para liberarse de la culpa y para promover un mundo un poco más justo.

 

No hay que evitar lo malo por temor al castigo, pero en ocasiones ciertos castigos nos ayudan a recapacitar antes de cometer un acto del que luego nos arrepentiríamos profundamente.

 

Desde luego, lo ideal sería no cometer faltas ni pecados. Pero como seres humanos fallamos continuamente (hasta el justo falla, dice la Escritura), y necesitamos esas correcciones sanas que nos limpien del pecado.

 

Por eso, cada vez que, con la ayuda de Dios y de personas cercanas que nos quieren, reconozcamos que merecemos un castigo, vale la pena aceptarlo con sencillez.

 

Así podremos recibir una buena ayuda para no repetir malas acciones y, sobre todo, para orientar las fuerzas mentales y físicas que tenemos a realizar tantas opciones buenas que tenemos a nuestro alcance.