Discusiones que llevan a
perder tiempo
P. Fernando Pascual
8-7-2022
La discusión se había
prolongado durante la comida y la sobremesa. El tema era de interés. Sobre
todo, dos monjes querían ir a fondo y defendían con pasión sus puntos de vista.
Mientras los argumentos iban y
venían, un joven monje se levantó y empezó a recoger los platos, a poner orden
en la mesa, a llevar la comida a la cocina, a limpiar lo que había quedado
libre.
Aquel monje entendía la
importancia de aquella discusión, en la que estaban en juego puntos clave para
vivir mejor la propia Regla monástica. Pero intuía que la cosa iba demasiado
lejos, y que por discutir se incurría en dos peligros.
El primero, obvio: perder el
tiempo. Porque hay personas que se dejan atrapar por las ideas hasta el punto
de que pierden la noción del tiempo y de los deberes que son parte de la vida
ordinaria.
El segundo, también visible
fácilmente: el riesgo de herir la caridad fraterna, al convertir algunos
debates en un asunto personal, donde unos se sienten agredidos, y donde otros
no dudan en lanzar insinuaciones que van contra el modo de ser del “adversario”.
Quien percibe lo que se juega
en cada propuesta, siente muchas veces un deseo de “vencer”, a costa de una
enorme pérdida de tiempo, y con el riesgo de faltar al respeto hacia el otro.
Por eso, aquel joven monje
había optado por no entrar en el combate de las palabras. De este modo, podía
mantener la paz en su corazón, al no quedar involucrado en la presión que
ejercían unos y otros.
Al mismo tiempo, evitaba ese
peligro continuo en la vida de los monasterios, de las parroquias, de las
familias, y de tantos ámbitos de la vida: perder el tiempo en discusiones,
mientras quedan relegados asuntos importantes en los que vale la pena invertir
el tiempo.
El reloj había marcado las
cuatro de la tarde. La discusión en el convento seguía en pie, después de más
de tres horas de argumentos y contraargumentos.
Mientras, aquel joven monje
había lavado la vajilla y ordenado la cocina, y le quedó tiempo para atender en
la portería a dos personas que pedían consuelo.
Luego, como guiado por una
llamada interior, fue a la capilla para hablar a Dios y pedir por las
necesidades del mundo, de la Iglesia, y de esos hermanos suyos que tanta pasión
ponían en discusiones interesantes, pero a veces en detrimento de aspectos
centrales de la vida monástica...