Hablar con Dios desde lo que
llevamos dentro
P. Fernando Pascual
8-7-2022
La oración cristiana consiste
en hablar con Dios, en escucharle, en abrirle el propio corazón.
Ayuda, para ello, manifestar a
Dios todo lo que pensamos, sentimos, deseamos, sufrimos.
La oración se hace auténtica y
existencial cuando hablamos desde lo que llevamos dentro, incluso desde las
dificultades y las distracciones.
Así lo explicaba el P. Eugene Boylan en un libro dedicado al tema de la oración. Estas
son sus palabras: “Si hay alguna dificultad particular en nuestra vida, si hay
algo desagradable a que tenemos que hacer frente, hablémosle de ello a Él”.
También las distracciones
pueden convertirse en oración cuando las presentamos al Señor. Sigue así el
texto del P. Boylan:
“Si hay algo que nos está
distrayendo, convirtámoslo en una oración hablando de eso a Nuestro Señor.
Contémosle todas las cosas que nos producen perturbación en nuestro trabajo
diario; hablémosle de alguna querencia de la que no podemos, o incluso no
queremos, desprendernos. El gran procedimiento de convertir distracciones en
oración y de cambiar una voluntad mala o imperfecta en santa determinación,
está en hablar a Nuestro Señor de ellas exactamente como se habla a un amigo,
recordando que Dios le designó para salvarnos de nuestros pecados y de todo lo
que lleva al pecado o a la imperfección”.
Rezamos, entonces, desde lo
concreto de nuestra vida, desde preocupaciones que nos inquietan, desde
esperanzas que necesitamos reforzar en el diálogo con Dios.
Hablar a Dios desde lo que
llevamos dentro es posible porque tenemos presente el poder amoroso del Padre,
que busca continuamente el bien de cada uno de sus hijos. Así lo recuerda el P.
Boylan en el texto que estamos citando:
“No tenemos que olvidar nunca
que Dios es omnipotente y, por tanto, que no hay absolutamente ningún abismo de
pecado o debilidad, de oscuridad o desesperación, del que no pueda o no quiera
librarnos. Ni podemos olvidar el intenso amor que le hizo entregarse a las torturas
de la Cruz por nosotros. Por tanto, no hay que tener miedo, no hay nadie que no
tenga el derecho de acercarse a Él, hablarle, mostrarle sus pecados, hablarle
de su vida espiritual en cualquiera de sus aspectos, como se habla al médico de
una enfermedad, al amigo de los asuntos de uno o al amor de nuestra vida, con
sus pesares y alegrías, sus esperanzas y sus temores”.
Si aprendemos a rezar así,
notaremos cómo empezamos a verlo todo de modo nuevo. Reconoceremos la presencia
de Dios en nuestra vida, y nos abriremos, llenos de confianza filial, a lo que
nos dice cada día para que crezcamos en el amor a Él y a los hermanos.
(Los textos aquí reproducidos
se encuentran en la siguiente obra: E. Boylan, Dificultades
en la oración mental, Rialp, Madrid 2000, 14ª ed., p. 35).