Al rescate del precepto
dominical
P. Fernando Pascual
20-6-2022
En numerosos lugares del
mundo, a causa de la epidemia de Covid-19 iniciada a finales de 2019, los
obispos declararon que dejaba de ser obligatorio participar en las misas de los
domingos y fiestas de precepto.
Muchas personas, ante esta
situación, buscaron maneras para ver misas a través de Internet, y así “suplir”
en parte ese deseo interior de participar en la Eucaristía.
Sin embargo, una “misa online”
no es una “plena misa”, pues participar realmente en la Eucaristía significa
estar presente allí donde el pueblo se reúne con el sacerdote y se vive, a
fondo, el misterio de la celebración como la instituyó Cristo.
Conforme la epidemia empezaba
a ser menos peligrosa, y también según las autoridades públicas modificaban las
restricciones para el tiempo de crisis, los obispos iban restableciendo el
precepto dominical.
Ese momento puede resultar
delicado, pues algunas personas tienen todavía miedo a la epidemia, o se han
acostumbrado a las facilidades de ver (algunos dicen, “asistir”, pero la
palabra es incorrecta) misas online.
Otros bautizados, por
desgracia, pueden haberse acostumbrado a no ir a misa los domingos, porque los
meses en los que no era obligatorio hacerlo no llegaron a percibir un “vacío”
en sus almas.
El momento en el que el
precepto se “reactiva” es sumamente delicado. Quienes de verdad creemos en
Cristo y en la Iglesia católica fundada por Él, necesitamos tomar conciencia de
que la misa es clave, de que no podemos vivir sin ella.
En una hermosa carta sobre la
misa y sobre el domingo, Juan Pablo II recordaba a aquellos mártires de la zona
de Abitinia (hoy Túnez), que explicaban a los
perseguidores por qué no podían renunciar a la Eucaristía el domingo:
“Sin temor alguno hemos
celebrado la cena del Señor, porque no se puede aplazar; es nuestra ley;
nosotros no podemos vivir sin la cena del Señor”. Una mártir añadía: “Sí, he
ido a la asamblea y he celebrado la cena del Señor con mis hermanos, porque soy
cristiana” (las citas se encuentran en la carta apostólica Dies
Domini de Juan Pablo II, 31 de mayo de 1998, n.
46).
Millones de bautizados no han
podido participar durante meses en la misa de los domingos. Allí donde mejoran
las condiciones sanitarias, vale la pena avivar la fe para descubrir que,
realmente, no podemos vivir sin la misa dominical, como momento clave para
encontrarnos con Cristo presente en su Iglesia, ofrecido al Padre por la
salvación de todos los hombres.