La lluvia como don
P. Fernando Pascual
20-6-2022
Podemos acostumbrarnos a tener
agua potable, a ver cómo los campos son bañados por la lluvia, a contemplar
manantiales y ríos que alegran nuestros ojos y ayudan a plantas, animales y
humanos.
Pero el agua potable, aunque a
veces parece “garantizada”, puede empezar a faltarnos, sobre todo cuando llegan
periodos de sequía que pueden durar meses casi interminables.
Por eso, podemos ver la lluvia
como un don maravilloso de Dios, que cuida de sus criaturas, que da de beber a
las bestias del campo, que sostiene a los lirios, las espigas y los robles.
Cada vez que presenciamos una
buena lluvia, necesitamos dar gracias a ese Dios, “que hace salir su sol sobre
malos y buenos, y llover sobre justos e injustos” (Mt 5,45).
No podemos acostumbrarnos ante
la belleza de una lluvia, porque gracias a ella tendremos nuevamente agua para
los próximos días o meses. Un agua que nos resulta necesaria para el cuerpo,
para los cultivos, para compartirla con otras formas de vida del planeta.
Por eso, al abrir un grifo y
tener agua corriente, al destapar una botella de agua de montaña y saborearla,
recordaremos que viene de una lluvia bendita, enviada como regalo por Dios que
es nuestro Padre.
Entonces, daremos gracias a
Dios por el don de esta lluvia oportuna, la que nos ayuda ahora, este momento
de nuestra existencia, para vivificar nuestros cuerpos, para lavarnos, para
regar flores y cultivos, para seguir en camino.
Así, la lluvia reciente nos
vivifica y nos abre hacia una existencia eterna, cuando nuestra sed será
plenamente saciada en ese manantial que nos ofrece el agua gratuita que nos da
la vida plena (cf. Ap 21,6‑7).