Justicia y existencia de Dios
P. Fernando Pascual
8-4-2022
Aspirar a la justicia implica
desearla para todos: para los que han vivido a lo largo de los siglos, y para
quienes caminan junto a nosotros en el presente.
Sin embargo, constatamos cómo
el deseo de justicia para todos choca con un hecho dramático: millones de seres
humanos han muerto y mueren sin que se les haya hecho justicia.
La falta de justicia para
tantos hombres y mujeres de todas las épocas y de todos los pueblos, ¿implica
que no podemos aspirar a una plena realización de la justicia?
Algo nos dice que el ideal de
justicia incluye una reparación para todos aquellos que sufren cualquier
injusticia. Si esa reparación no se ha logrado en la vida presente, habría que
aspirar a que se lograra en otra vida.
Pensar en una justicia que
llegue a su plenitud en una vida tras la muerte nos sitúa en el horizonte del
pensamiento sobre un Dios que sea justo, que cuide de cada uno de los seres
humanos, que restablezca a todos los que han sufrido cualquier daño
injustamente.
Quienes niegan la existencia
de Dios, se ven abocados a reconocer que sería imposible aspirar a la plena
justicia, y que no habría ningún modo de “ayudar” a todos aquellos que han
muerto o que morirán en el futuro sin ser resarcidos.
Pero el deseo de justicia
plena nos abre a pensar en un Dios que exista, y que sea capaz de aliviar y
satisfacer a millones de víctimas que nunca vieron en la tierra el respeto y
amor que merecían.
En la encíclica Spe salvi, el Papa
Benedicto XVI formulaba en parte una idea parecida, con la mirada puesta en la
vida eterna y en su relación a Cristo. Esas fueron sus palabras:
“Estoy convencido de que la
cuestión de la justicia es el argumento esencial o, en todo caso, el argumento
más fuerte en favor de la fe en la vida eterna. La necesidad meramente
individual de una satisfacción plena que se nos niega en esta vida, de la
inmortalidad del amor que esperamos, es ciertamente un motivo importante para
creer que el hombre esté hecho para la eternidad; pero solo en relación con el
reconocimiento de que la injusticia de la historia no puede ser la última
palabra en absoluto, llega a ser plenamente convincente la necesidad del
retorno de Cristo y de la vida nueva” (Spe salvi, n. 43).
Defender la justicia en cada
momento de la historia exige los mejores esfuerzos de todos. Al mismo tiempo, y
ante tantas situaciones que nos superan y que nos sorprenden por la culpa de
acciones de corazones sin escrúpulos, nos abrimos a la esperanza de que Dios
reparará los daños sufridos por tantos inocentes, despreciados por sus
semejantes, pero siempre amados por ese Dios, que es Padre justo y
misericordioso.