Que los pueblos cristianos
sean cristianos
P. Fernando Pascual
19-3-2022
En un encuentro (parlamento)
mundial de las religiones que se tuvo en Chicago el año 1893, estaban presentes
algunos conferencistas e invitados de Asia. Entre ellos, varios brahmanes y
budistas formularon una aguda crítica a lo que veían en los pueblos que se
consideraban cristianos.
Constataban, en primer lugar,
cómo los europeos enviaban misioneros a Asia para predicar el cristianismo.
Reconocían, además, el valor de esa religión que llegaba de Europa. Pero
notaban una extraña incoherencia, que quedó formulada en una intervención de Swami Vivekananda (1863-1902, cf.
The Complete Works I, Mayavati 1947, 12-18).
“Nosotros no negamos el valor
de vuestra religión, pero al conoceros en los últimos dos siglos comprobamos
que vuestra vida contradice las exigencias de vuestra fe, y que lo que os mueve
no es el espíritu de justicia y amor que os ha legado vuestro Dios, sino el
espíritu de codicia y violencia, propio de los malvados”.
Frente a esta acusación, Vivekananda señalaba una doble alternativa: “o vuestra
religión, con toda su intrínseca superioridad, no puede ser puesta en práctica
y, en consecuencia, no sirve ni siquiera para vosotros, que la confesáis; o
sois tan malos que no queréis cumplir lo que podéis y debéis. En uno y otro
caso, no tenéis sobre nosotros superioridad alguna y debéis dejamos en paz”.
La crítica, desde luego, puede
ser respondida de diversas maneras. Una, sencilla, consiste en reconocer que
muchos han vivido (y todavía viven hoy) una especie de cristianismo cultural
que no llega a lo concreto de sus vidas, lo cual explica cómo su modo de vivir
está muchas veces lejos del Evangelio.
Frente a esos “cristianos
culturales”, basta con reconocer que no serían realmente cristianos mientras no
acojan, en serio, las enseñanzas de Cristo y de la Iglesia en materia moral,
Otra respuesta radicaría en el
hecho de que los cristianos somos muy conscientes de no ser perfectos, por lo
que necesitamos una conversión continua. Ello significa que aceptamos el
Evangelio y estamos felices de ser parte de la Iglesia, sin que ello nos
impida, en no pocas ocasiones, sucumbir al pecado para luego levantarnos, pedir
perdón y reparar los daños que hayamos causado.
De todos modos, la crítica
puede ser un estímulo para tomarnos en serio nuestra fe católica y para pedir
al Señor el don de la santidad y del amor. Porque solo entonces los pueblos
cristianos llegarán a ser cristianos.
Ello significa que cada uno de
nosotros no podemos contentarnos con ser “cristianos culturales”, sino que
estamos llamados a acoger, en las palabras y en las obras, la gracia de Cristo,
la cual nos llevará a vivir según la auténtica caridad cristiana.
(El texto en castellano, que
sería una síntesis de la intervención de Swami Vivekananda, está tomado de una obra de Vladímir Soloviov, La
justificación del bien. Ensayo de una filosofía moral, tercera parte,
capítulo IX).