Libertades restringidas y
tribus aisladas
P. Fernando Pascual
5-2-2022
En muchos lugares del planeta
existen estructuras políticas que invaden casi todos los ámbitos de la vida
humana. En muy pocos lugares existen pueblos o tribus aisladas que no están
sometidas a las estructuras políticas dominantes en el planeta.
Por ejemplo, casi todos los
habitantes de Europa tienen que obedecer a normas de sus ciudades, de sus
regiones, de sus Estados, y de organismos internacionales, sobre todo en la así
llamada Unión Europea.
Los niños europeos deben
obligatoriamente ir a la escuela y recibir ciertas vacunas. Los adultos tienen
que pagar un gran número de impuestos. Los propietarios de una casa no pueden
remodelarla sin obtener antes una serie complicada de permisos.
Eso ocurre también en la
mayoría de los lugares de América, de Asia, de África, de Oceanía: miles de
normas regulan un sinfín de aspectos, de forma que mucha gente se siente casi
asfixiada por las presiones de las autoridades, como si sus libertades
estuvieran restringidas.
En cambio, en los así llamados
pueblos (o tribus) aislados, aunque habiten dentro de Estados “modernos”, no rigen
las normativas impuestas a los demás ciudadanos, casi como si se tratase de
micronaciones o de oasis libres del exceso de leyes a las que están obligados
los ciudadanos “civilizados”.
Surge entonces la pregunta:
¿qué ocurriría si personas concretas, por ejemplo un
pueblo, o un barrio de una ciudad, pidieran a las autoridades una autonomía
semejante a la que gozan las tribus aisladas?
Seguramente la negativa de los
gobernantes sería completa: para vivir en este país o en este continente, hay
que respetar todas las leyes y, sobre todo, pagar todos los impuestos.
Se aducirá fácilmente un
motivo para esta negativa: si uno vive según las comodidades y la protección
(sanitaria, administrativa, policial, jurídica) que se ofrecen en el Estado,
debe someterse a todas las exigencias del mismo.
En cambio, las tribus
aisladas, al situarse fuera de los beneficios propios de las civilizaciones
tecnológicas, no están sometidas a las demás normas y leyes que valen para los
demás ciudadanos.
A pesar de lo obvio de estos
razonamientos, sigue en pie la pregunta: si un grupo de personas en un
territorio concreto pidiera romper con los beneficios comunes para buscar modos
concretos de vivir autónomamente como si fueran una nueva tribu aislada, ¿no
tendrían el derecho de hacerlo?
Reclamar algo tan atrevido
supone no solo una gran dosis de audacia, sino que exige una reflexión seria sobre
las posibilidades de romper con tantas dependencias tecnológicas (basta con
pensar en los aparatos eléctricos) y alcanzar un tenor de vida no solo
aceptable, sino bello.
Por ello, seguramente no habrá
grupos humanos del mundo tecnológico que pidan la “independencia” y opten por
el aislamiento. Pero si algún día un grupo pidiera hacer esa aventura,
estaríamos ante una interesante experiencia humana que no solo afectaría a ese
grupo, sino a todo el planeta.
Porque ese grupo aventurero
podría convertirse en un ejemplo real de que existen otros modos de vivir y de
que son realizables, aunque seguramente con esfuerzos ingentes.
Ese modelo posible (ya existen
tribus aisladas que viven de modo autónomo), además, ayudaría a muchos a pensar
si no valdría la pena disminuir consumos y dependencias, y aspirar a un tenor
de vida más sobrio y, como consecuencia, más libre...