Consejos después de una
homilía
P. Fernando Pascual
3-12-2021
Pocas veces la gente está tan
atenta en las iglesias. Pero aquel joven sacerdote había hablado con una fuerza
desacostumbrada, y casi todos siguieron la homilía con interés.
El padre abad apreció la
energía de aquellas palabras, pero también notó algunos peligros, y quiso
enviar una nota al joven sacerdote.
“Quiero, ante todo, animarle
en su camino como sacerdote y felicitarle por las palabras que dijo el otro día
y que causaron impresión entre las personas.
Por desgracia, muchos
bautizados están cansados por homilías insípidas, llenas de tópicos, sin fuego,
sin convicción. Ello explica por qué su homilía, diferente de tantas otras,
fuese tan bien acogida.
Al mismo tiempo, noté en los
contenidos y en el tono de voz un punto sobre el que quisiera ofrecerle estas
reflexiones.
Desde luego, no poseo la
verdad absoluta en este tema, y tal vez me equivoque. Pero confío en Dios que
algo de lo que ahora le diga sea de provecho.
Cuando hablamos en una
homilía, o catequesis, o conferencia, conviene arrancar siempre desde la
pregunta: ¿qué desearía Dios comunicar a estas personas?
Las siguientes preguntas nacen
de la anterior: ¿cómo se encuentran las personas que van a escucharme? ¿Cuál
sería la mejor manera de ofrecerles un mensaje que viene de Dios y que ilumina
los corazones?
Por estas preguntas sentí algo
de preocupación al escucharle, pues me daba la impresión de que el centro de su
homilía eran sus convicciones personales, pero sin que se viera una conexión
directa con las verdades del Evangelio.
Además, se notaba en sus
palabras un interés especial por ciertos temas, al mismo tiempo otros quedaban
oscurecidos o silenciados.
Por ejemplo, me impresionó que
hablase de la importancia de no condenar a nadie. Pero en los ejemplos que
escogió, incluyó solo a algunos tipos de personas que son fácilmente rechazadas
por otros, pero dejó de lado a otras personas que también sufren al ser
rechazadas, y sobre las que usted no parecía tener interés.
Es cierto que nunca podremos
equilibrar nuestras palabras ni contentar a todos. Por eso es tan importante
rezar antes de dirigirnos a la gente, para que lo que salga de nuestros labios
sea adecuado a las personas y les introduzca, con respeto, al encuentro con
Cristo.
Respecto al tono de voz que
usted usó varias veces, podría ser percibido por algunos como una especie de
reproche, de condena, de falta de equilibrio.
Quienes participan en la misa
buscan un encuentro fecundo, junto con los hermanos, del misterio de Cristo,
que es manso, humilde, misericordioso. El tono de nuestras palabras puede
ayudar a acoger un Evangelio no fácil, pero que ilumina nuestras vidas si
sabemos presentarlo en toda su belleza.
Habría otros aspectos que me
gustaría compartir con usted. Como le dije al inicio, quizá mis apreciaciones
no sean de todo correctas, y estoy seguro de que, en un diálogo personal,
podremos reflexionar más a fondo sobre esto, si lo ve conveniente.
Le deseo de corazón una semana
llena de bendiciones. Unidos en la oración, suyo hermano y servidor en el
Señor...”