Lo que creemos de otros
P. Fernando Pascual
14-1-2022
Leemos en el periódico que han
descubierto una nueva vacuna. El periodista lo explica porque ha recibido un
despacho de una agencia de noticias. La agencia recibió la información de la
OMS (Organización Mundial de la Salud, en inglés World
Health Organization). La OMS recogió los datos de un
laboratorio. Y el laboratorio dio por válidos los resultados de varios
investigadores.
Entre el punto de partida de
la noticia y nosotros ha habido varias mediaciones, y cada una de ellas creyó
lo que recibía de otros. Es decir, leemos lo que leemos porque unos seres
humanos han creído en la veracidad de lo que decían otros seres humanos, a
veces con un refuerzo especial: el recurso a otras opiniones que, a su vez, son
consideradas como dignas de crédito.
Este fenómeno resulta
sumamente interesante, y ha sido analizado de diferentes maneras a lo largo de
la historia. Basta con recordar lo que Platón decía sobre los maestros como
transmisores del saber, o lo que Aristóteles explicaba al hablar de las
opiniones o sentencias “plausibles” o “autorizadas” o “valiosas” (en griego, “éndoxa”).
Notamos, sin embargo, que en
la cadena de transmisión de cualquier dato existe el riesgo de confusiones,
errores, incluso manipulaciones. Los científicos que descubrieron la vacuna tal
vez eran conscientes de que todavía se trataba de algo experimental, pero quizá
el laboratorio quiso darle una mayor difusión indicando que se trataba de algo “casi”
seguro y muy prometedor.
A pesar de los riesgos en la
transmisión, la mayoría de los seres humanos recibimos y transmitimos todo tipo
de informaciones que no podemos controlar a fondo, porque suponemos
confiadamente que la cadena de transmisión funciona de modo adecuado.
En ocasiones, surgen otras
cadenas que nos dicen que el experimento era un fraude, o que el laboratorio
mintió, o que la OMS dio excesiva importancia a la noticia, o que la agencia
informativa recibió dinero de una empresa farmacéutica para promocionar un
producto que no sería seguro.
Cuando nos llega la “contrainformación”,
podemos preguntarnos: ¿quién nos dice la verdad? ¿Los que dieron la primera
noticia o los que ahora la relativizan o la desmienten? Muchas veces quedamos
como perplejos, porque no tenemos los instrumentos necesarios para controlar el
enorme cúmulo de informaciones que nos llega cada día por canales diferentes.
Experimentar este tipo de
situaciones no nos aparta de esa convicción tan extendida de que hay gente
buena que nos dice la verdad, y que una verdad comunicada adecuadamente ayuda
mucho a tomar decisiones prudentes y bien informadas.
La historia humana se
construye, en buena parte, desde esa convicción. A veces ello nos encerrará en
un engaño que puede durar mucho tiempo, o que podemos superar, ojalá lo más
pronto posible, ayudados por otros informadores.
Pero otras veces, deseamos que
la mayoría, eso que creemos de otros será de enorme ayuda para escoger una u
otra medicina, para explicar a un amigo si vale o no vale la pena vacunarse, y
para comunicar tantas cosas que aceptamos como válidas gracias a quienes ahora
escuchamos con fe humana para que nos permitan (así lo esperamos) acercarnos un
poco a la verdad.