Sobre el progreso del dogma
cristiano
P. Fernando Pascual
27-11-2021
Es frecuente citar un famoso
pasaje del “Primer Conmonitorio” de san Vicente de Lerins
(monje y obispo del siglo V) a la hora de hablar del progreso de la doctrina
cristiana. El pasaje está presente, parcialmente, en la Liturgia de las Horas,
en la segunda lectura patrística del viernes de la XXVII semana del Tiempo
Ordinario.
En ese pasaje san Vicente
afirma que es posible un progreso en nuestro conocer los dogmas católicos. Para
ello, recurre a la imagen del crecimiento del cuerpo, que desarrolla sus partes
desde un estadio inicial hacia uno de adultez. Estas son sus palabras:
“Es conveniente, por tanto,
que, a través de todos los tiempos y de todas las edades, crezca y progrese la
inteligencia, la ciencia y la sabiduría de cada una de las personas y del
conjunto de los hombres, tanto por parte de la Iglesia entera, como por parte
de cada uno de sus miembros”.
En seguida, san Vicente
recuerda cuál sea la regla del todo progreso sano: “la regla legítima de todo
progreso y la norma recta de todo crecimiento consiste en que, con el correr de
los años, vayan manifestándose en los adultos las diversas perfecciones de cada
uno de aquellos miembros que la sabiduría del Creador había ya preformado en el
cuerpo del recién nacido”.
Existe, sin embargo, como
señala Vicente de Lerins, el peligro de un falso
progreso, que lleve no a la perfección, sino al daño y a la deformidad en la
comprensión de los dogmas, incluso hasta el extremo de alejarse de la verdadera
fe católica. Para ello usa nuevamente la imagen del desarrollo del cuerpo
humano:
“Porque si aconteciera que un
ser humano tomara apariencias distintas a las de su propia especie, sea porque
adquiriera mayor número de miembros, sea porque perdiera alguno de ellos,
tendríamos que decir que todo el cuerpo perece o bien que se convierte en un
monstruo o, por lo menos, que ha sido gravemente deformado. Es también esto
mismo lo que acontece con los dogmas cristianos: las leyes de su progreso
exigen que éstos se consoliden a través de las edades, se desarrollen con el
correr de los años y crezcan con el paso del tiempo”.
Se comprenden, con estas líneas
del santo de Lerins, que algunos pueden elaborar
doctrinas nuevas, incluso presentarlas como “progreso” del dogma (o de su
comprensión), cuando en realidad deforman la fe y avanzan hacia la herejía.
Esto queda explicitado con la
imagen de las semillas en el texto que estamos citando: “Nuestros mayores
sembraron antiguamente en el campo de la Iglesia semillas de una fe de trigo;
sería ahora grandemente injusto e incongruente que nosotros, sus descendientes,
en lugar de la verdad del trigo legáramos a nuestra posteridad el error de la
cizaña”.
Basta con dar un vistazo a la
historia del cristianismo para constatar, con tristeza, cómo en diversas
ocasiones ha ocurrido lo anterior, hasta dividir a los bautizados en numerosos
grupos heréticos, algunos de los cuales siguen presentes en nuestros días.
¿Qué hacer para evitar el
riesgo de deformar la fe católica? ¿Cómo lograr una buena y correcta
comprensión de la misma? Lo indica san Vicente de Lerins
en otro párrafo famoso de su “Conmonitorio”:
“En la Iglesia Católica hay
que poner el mayor cuidado para mantener lo que ha sido creído en todas partes,
siempre y por todos. Esto es lo verdadera y propiamente católico, según la idea
de universalidad que se encierra en la misma etimología de la palabra. Pero
esto se conseguirá si nosotros seguimos la universalidad, la antigüedad, el
consenso general.
Seguiremos la universalidad,
si confesamos como verdadera y única fe la que la Iglesia entera profesa en
todo el mundo; la antigüedad, si no nos separamos de ninguna forma de los
sentimientos que notoriamente proclamaron nuestros santos predecesores y
padres; el consenso general, por último, si, en esta misma antigüedad,
abrazamos las definiciones y las doctrinas de todos, o de casi todos, los
Obispos y Maestros”.
Con estos consejos, en el
camino de comprensión de nuestra fe, avanzaremos en el acceso a un mensaje de
Amor que Dios ofrece a todos los hombres, en su deseo de que alcancemos en
Cristo la salvación. Lo cual es posible en la fe que la Iglesia nos enseña y
que abre los corazones a acoger la verdad del Evangelio gracias al don del
Espíritu Santo.
Así la raíz y los frutos
estarán plenamente armonizados, como enseñaba san Vicente de Lerins:
“Al contrario, lo recto y
consecuente, para que no discrepen entre sí la raíz y sus frutos, es que de las
semillas de una doctrina de trigo recojamos el fruto de un dogma de trigo; así,
al contemplar cómo a través de los siglos aquellas primeras semillas han
crecido y se han desarrollado, podremos alegrarnos de cosechar el fruto de los
primeros trabajos”.