Cuando el fracaso nos abre a
Dios
P. Fernando Pascual
27-11-2021
Un fracaso, una derrota, un
pecado, pueden convertirse en un momento de gracia, en una experiencia íntima
del amor que Dios nos tiene.
Eso ocurre cuando el fracaso
nos abre los ojos ante nuestra fragilidad, cuando con humildad reconocemos que
estamos hechos de barro y necesitamos ayuda.
Porque existe el peligro,
cuando las cosas van sobre ruedas, cuando realizamos continuamente nuestros
planes, de caer en la autosuficiencia, de adormecernos en una seguridad
engañosa.
En cambio, el fracaso nos pone
ante la realidad de todo lo temporal y terreno: no hay aquí nada seguro, no
tenemos en esta tierra una morada permanente (cf. Heb
13,14).
Cuando llega el momento del
fracaso, y la salud se quiebra, y los amigos empiezan a escabullirse, y el
trabajo ya no satisface, podemos abrirnos a la gracia.
Sorprendentemente, como había
afirmado un monje anónimo del siglo XVII, al llegar a los límites de nuestras
posibilidades estamos listos para dejar al Espíritu Santo actuar en nosotros.
Hemos alcanzado una
experiencia de vacío. Ya no podemos engañarnos con una soberbia cegadora.
Dejamos campo libre a la acción de Dios, que “tiene necesidad del vacío para
llenarlo con su presencia” (Maestro de San Bartolo, Abbi
a cuore il Signore, p. 152).
Entonces el milagro se hace
realidad. La acción de Dios no solo suple nuestros límites, sino que llega
mucho más lejos de lo que humanamente hubiéramos podido alcanzar.
Experimentamos lo que san
Pablo expuso en sus cartas: “donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rm 5,20); “pues, cuando estoy débil, entonces es cuando
soy fuerte” (2Co 12,10).
(Me he inspirado, al escribir
estas líneas, en la siguiente obra: Maestro di San Bartolo, Abbi
a cuore il Signore, San Paolo, Cinisello
Balsamo 2020, pp. 151-152. Pueden ser de ayuda, sobre
el tema, entre otras, las siguientes obras: José Tissot,
El arte de aprovechar nuestras faltas; Lorenzo Scupoli,
El combate espiritual).