Podemos, con la ayuda de Dios
P. Fernando Pascual
15-11-2021
Con frecuencia, en la lucha
contra el pecado y en el trabajo por conquistar las virtudes, nos damos cuenta
de que somos débiles, de que muchas veces sucumbimos ante la fuerza de las tentaciones.
Un texto de hace varios siglos
lo expresaba de modo claro. “Sucederá que sientas que las fuerzas no te
bastan... las físicas y las espirituales. En otras palabras, puedes sentir que
te esperan tareas para las cuales, a pesar de tu buena voluntad, estás
manifiestamente impreparado, o situaciones contingentes en las que el
cansancio, la fatiga duradera, la salud, el peso de las responsabilidades o la
turbación de los afectos pueden llevarte a actitudes inconstantes o incluso a
ofender la caridad” (Maestro de San Bartolo, Abbi
a cuore il Signore).
La enumeración anterior
muestra cuántos factores intervienen en nuestro interior y cómo nos llevan a
constatar eso que tanto nos asusta: somos débiles para el bien, y sentimos un
empuje hacia el mal. El peligro de ofender a Dios está siempre a nuestra
puerta.
Ante el miedo que puede surgir
por sabernos vulnerables, el texto antes citado ofrece un consejo sencillo: “encomienda
al Señor tu debilidad”. Y añade: “tú sientes con especial clarividencia que el
bien no está a tu alcance, que el deseo por sí mismo no puede llegar al fin; tu
percibes, en otras palabras, que solo Dios salva y que solo de Él recibes
cualquier capacidad”.
Por eso hace falta confiar en
el Señor. “Dirígete hacia donde Él te diga y cumple lo que te manda, sin
fijarte en las fuerzas que no tienes, y lanza tus redes en Su palabra”, añade
nuestro Autor.
Es uno de los misterios más
grandes de la propia vida espiritual: somos débiles, y Dios quiere que le demos
nuestra debilidad. Incluso Él permite nuestras caídas, para que así seamos
humildes y confiemos en Él, como insiste ese mismo texto.
“Puedes encontrar una
confirmación de lo que digo recordando las muchas ocasiones en las cuales,
aunque hubieses tomado propósitos sinceros, no fuiste capaz de mantenerlos. Y
no porque no lo quisieras o hubieses cambiado de parecer, sino porque la fuerza
de la ‘carne’ ha superado la fuerza de la buena voluntad”.
Ante los fracasos, ante la
propia incapacidad de hacer ese bien que deseamos sinceramente, solo nos queda
ponernos en las manos del Padre, conscientes de que sin Dios nada podemos, pero
con Dios somos invencibles.
(Las citas aquí recogidas se
encuentran en este volumen: Maestro di San Bartolo, Abbi
a cuore il Signore, San Paolo, Cinisello
Balsamo 2020, pp. 110-111).