La gula espiritual

P. Fernando Pascual

9-11-2021

 

La gula implica un desorden en un deseo básico, el que se refiere a los alimentos, al buscarlos fuera de su finalidad propia y con el deseo de un placer desordenado.

 

En cierto sentido, también puede existir una “gula espiritual”. En un texto escrito, según parece, en el siglo XVII, se define así a la gula espiritual: “consiste en el deseo ardiente de satisfacciones espirituales” (Maestro de San Bartolo “Abbi a cuore il Signore”).

 

Esta gula espiritual resulta peligrosa, porque llevaría a las personas a buscar consolaciones como una especie de premio debido a las acciones buenas que habrían realizado.

 

En el texto antes citado, el Maestro de San Bartolo (un escritor anónimo) explica que Dios puede dar consolaciones espirituales a quienes no las merecemos, para así atraernos suavemente hacia Él.

 

En cambio, quien desea desordenadamente consolaciones, por culpa de la gula espiritual, corre el peligro de buscar las consolaciones de Dios, en vez de buscar al Dios de las consolaciones.

 

Se llega, así, a una “sensualidad del espíritu”, que poco a poco arrastra al alma hacia la soberbia y la engaña de modo sutil. La señal que manifiesta esta situación es bastante sencilla: alguien, que aparentemente parece humilde, tiende con fuerza a juzgar a los demás.

 

Para evitar el peligro de la gula espiritual, basta con aplicar en este campo el consejo de la templanza, de modo que un deseo bueno (recibir consuelos de Dios) no nos lleve a una vida desordenada.

 

El libro antes citado ofrece, además, este consejo: “Esfuérzate, por tanto, por cumplir la voluntad de Dios como te es posible conocerla, porque esto beneficia a quien, sin ningún mérito, es amado por un Dios tan grande y tan bueno.

 

Da gloria a Dios y permanece en paz. Deja que Él, que mejor que tú conoce de qué tienes necesidad, te consuele a su tiempo. Por lo tanto, sé fiel, y te baste saber que eres un siervo de Dios”.

 

(Los textos aquí citados son traducción de la siguiente obra: Maestro di San Bartolo, Abbi a cuore il Signore, San Paolo, Cinisello Balsamo 2000, pp. 107-108).