Armonía cósmica y mundo humano
P. Fernando Pascual
14-10-2021
Los antiguos pensadores
griegos, sobre todo los pitagóricos y Platón, describían el universo como algo
armónico, bello, bien ensamblado.
Al mismo tiempo, constataban
la variedad del mundo humano, que no se caracteriza espontáneamente por la
armonía, pues alcanzarla solo resultaba posible a base del esfuerzo personal y
comunitario.
En cierto modo, esas ideas han
llegado hasta nuestro tiempo, sobre todo entre quienes defienden que la naturaleza,
los seres vivientes no humanos, se regularían de modo espontáneo y armónico,
mientras que los humanos necesitaríamos trabajar seriamente para evitar daños
ambientales y para armonizarnos con el ecosistema.
Este tipo de reflexiones parte
de dos presupuestos importantes. El primero, considerar lo natural como dotado
de una cierta perfección o armonía que merece ser respetada y protegida. El
segundo, considerar lo humano como algo libre e indeterminado, abierto a
opciones buenas o malas.
En esa perspectiva, de modo
semejante a lo que enseñaron los pitagóricos y Platón, sería visto como bueno
aquello que nos permita tutelar el ambiente, que nos lleve a conservar los
equilibrios evolutivos y construir sociedades armonizadas entre sí y con la
naturaleza.
En cambio, sería malo todo
aquello que genere desarmonía, desorden, destrucciones arbitrarias del hábitat
y de los ecosistemas, contaminación, y tantas otras consecuencias de acciones
humanas opuestas a la armonía.
Algunos podrán criticar este
tipo de planteamientos como dualistas. Por un lado, lo natural quedaría
caracterizado como algo automáticamente bueno, capaz de prolongarse a lo largo
de los años en equilibrios evolutivos complejos pero beneficiosos para el
conjunto.
Por otro lado, lo humano sería
lo no natural, en el sentido de que los seres humanos tendrían características
peculiares que pueden llevarlos a asumir libremente lo natural (y protegerlo),
o a tratarlo como material disponible al propio antojo (hasta el extremo de
dañar gravemente el planeta).
Sin profundizar en el
importante estudio sobre si exista o no algo en los seres humanos que los
coloque “por encima” o “en contra” o “separados” de lo natural, lo cierto es
que necesitamos construir modos de vivir armónicos, sea entre nosotros mismos
en cuanto seres humanos, sea respecto al mundo en que vivimos.
Cuando falta la armonía en el
propio interior, en los diferentes polos o fuerzas que nos caracterizan, se
producen guerras entre las diferentes partes de la psique, hasta el punto de que
se generan tensiones y conflictos entre deseos, entre ideas, entre emociones, y
otras dimensiones humanas.
Cuando falta la armonía en los
grupos humanos, surgen tensiones, conflictos, luchas, que tanto sufrimiento han
generado y generan, precisamente porque no se logran puntos de convivencia
equilibrada, la cual empieza a ser posible desde la búsqueda de la justicia, y
con el refuerzo (indispensable) del amor.
Cuando la armonía se rompe
entre lo humano y las demás formas de vida que conviven con nosotros en el
planeta, incluyendo el medio ambiente que las hace posibles, se provocan daños
que, a corto o largo plazo, perjudican al conjunto, lo cual incluye también a
los mismos seres humanos que causan desajustes planetarios.
La armonía cósmica merece, por
lo tanto, nuestra atención. A través de la misma está en juego la salud y la
misma supervivencia de las sociedades humanas, pues somos partes de este
universo rico y complejo en el que vivimos.
Por eso, respecto de la naturaleza
que nos permite existir, tenemos la obligación de promover equilibrios
benéficos para nuestra generación, y también para las generaciones futuras que,
esperamos, asuman el reto de cultivar la armonía entre sí y con el cosmos que
hemos recibido como herencia.