Justicia y armonía social
P. Fernando Pascual
26-9-2021
A lo largo de las discusiones
sobre la justicia que Platón ofrece en su “República”, aparece varias veces el
tema de la necesidad de promover la armonía social.
De modo especial, en el libro
I de esa obra, frente a quienes piensan que la justicia consista en hacer el
bien a los amigos y el mal a los enemigos, y frente a los que defienden que la
justicia coincide con la imposición de los más fuertes sobre los débiles,
Sócrates presenta la justicia como camino para unir a los hombres entre sí.
En concreto, Sócrates hace
notar que, sin armonía, sin un mínimo de respeto mutuo, ninguna familia,
ciudad, Estado, ni siquiera un grupo de delincuentes, puede emprender proyectos
comunes ni alcanzar metas deseadas.
Desde luego, no basta que las
personas estén unidas y armonizadas entre sí para que luego lo que emprendan
sea correcto: un grupo de piratas puede tener una fuerte unidad interna, y
luego cometer graves injusticias hacia otros.
Pero la observación de Platón
sigue siendo válida en lo que respecta a la necesidad de estar unidos para
lograr cualquier proyecto. Incluso se aplica esto a uno mismo: quien no ha
armonizado su alma (hoy diríamos, sus dimensiones psíquicas) no es capaz de
lograr nada bueno en la vida.
Por eso es tan importante
promover la concordia en las sociedades a todos los niveles: desde el familiar
hasta el internacional. Solo en esa concordia, en esa armonía entre individuos
y entre pueblos, será posible emprender tareas buenas que lleguen a buen
puerto.
En ese sentido, trabajar por
la justicia significa proponer una auténtica armonía social, que se basa en
reconocer que todos somos hermanos (como ha recordado el Papa Francisco en su
encíclica “Fratelli tutti”), y en fomentar un verdadero
cariño entre todos.
Solo entonces lo que hagamos,
en familia, en el barrio, en la ciudad, en la región, en el Estado, arrancará
de esa unidad auténtica. Al mismo tiempo, será posible avanzar unidos hacia
objetivos para el bien de todos y cada uno de los que compartimos una misma
naturaleza humana, mientras caminamos juntos hacia el encuentro definitivo con
Dios, nuestro Padre de los cielos.