Sobre el respeto a las
opiniones
P. Fernando Pascual
26-9-2021
En el contexto de las
democracias modernas, de vez en cuando aparece la idea de que todas las
opiniones son respetables. Incluso se añade que la democracia se basa
precisamente en la tesis de que nadie posee ideas verdaderas, sino que todos
concurren en la discusión pública en condiciones de igualdad.
No faltan, sin embargo, voces
que recuerdan que no todas las opiniones son respetables. Por ejemplo, hay un
amplísimo consenso en considerar como opiniones erróneas, incluso perseguibles,
las que defienden el racismo, o el uso de la violencia como instrumento de
imposición de ciertas ideas.
Un análisis sobre la enorme
diversidad de opiniones que existen en la propia sociedad o en el mundo visto
como familia humana, nos lleva a reconocer que no todas las opiniones pueden
ser vistas como igualmente respetables, y que existen opiniones que dañan la
convivencia y promueven comportamientos contra la justicia.
Reconocer lo anterior está
unido a una exigencia nada fácil: la que lleva a identificar qué criterios
ayudan a distinguir entre opiniones que pueden competir sanamente en la vida
social, y opiniones que merecen ser criticadas, censuradas, o incluso
perseguidas penalmente.
La historia nos recuerda cómo,
a la hora de buscar esos criterios, se ha incurrido en arbitrarismos
e, incluso, en injusticias. Basta con pensar cómo sistemas totalitarios
(nazismo, comunismo) declararon opiniones y tesis dañinas las de quienes
defendían la libertad de los ciudadanos, o la igual dignidad de todos, sin
distinciones de tipo social, económico o ideológico.
Hay que añadir que en sistemas
considerados como democráticos ha habido y hay comportamientos e intervenciones
gubernativas que marginan y excluyen ciertas opiniones consideradas como
peligrosas, aunque no siempre se adoptan criterios justos a la hora de
establecer por qué esas opiniones deberían ser excluidas de la vida pública.
Reconocer los problemas que
existen ante la diversidad de opiniones lleva, por un lado, a considerar como
ingenua, incluso como equivocada, la “opinión” según la cual todas las
opiniones serían respetables.
Por otro lado, se hace
necesaria una reflexión para identificar cuáles opiniones y en qué medida
pueden entrar en el debate público, siempre en el respeto de algunos criterios
fundamentales, como, por ejemplo, el derecho a la vida y otros derechos
fundamentales, que constituyen el suelo irrenunciable para construir sociedades
justas y promotoras de una sana convivencia.