P. Fernando Pascual
28-8-2021
Tras una falta o un pecado, el
arrepentimiento nos acerca a Dios y nos lleva a formular propósitos de
enmienda.
Es algo que se incluye en
algunas fórmulas del acto de contrición (o acto de dolor): “Propongo firmemente
no volver a pecar y huir de las ocasiones de pecado”.
Sin embargo, a veces nuestros
propósitos no son del todo sinceros, o no llegan a lo concreto de nuestra vida,
sino que se formulan de modo genérico y confuso.
Así, quien se propone “seré
bueno, no volveré a enfadarme, no discutiré, ayudaré a otros”, aspira
ciertamente a mejorar, pero lo hace sin bajar a las situaciones reales que uno
encuentra frecuentemente.
Un elemento importante para
adoptar un buen propósito consiste en alejarse concretamente de las situaciones
que nos llevan al pecado.
Es un consejo presente en
diversos maestros de espiritualidad. Una formulación antigua, quizá del siglo
XVII, la encontramos en este texto anónimo:
“Quien, por ejemplo, cede
fácilmente a la rabia, propondrá en vano ser paciente, si no se esfuerza por
permanecer lejos de las ocasiones en las que sería puesto duramente a prueba”.
“Es inútil jurar que uno no se va a emborrachar; es mucho más eficaz
hacer el propósito de no entrar en las cantinas”.
También habla de los pecados que se refieren a la lujuria, desde la
cual tantas personas usan mal del propio cuerpo y faltan al respeto que merecen
los demás:
“Es completamente inútil hacer el propósito de no ceder a la lujuria,
si luego uno no vive en la continua mortificación de los sentidos”.
El elemento común a estos consejos de ese texto antiguo es expuesto en
seguida por nuestro autor anónimo, que ha recibido el nombre de “Maestro de San
Bartolo”:
“Así, quien reconoce que es débil en algo, tendrá que proponerse
mantenerse firme en aquellas cosas pequeñas que puede controlar, y que, de ser
observadas, lo mantienen a salvo de la tentación ante la cual no sabría cómo
resistir”.
Al final, nuestro texto explica en qué consiste un propósito eficaz: “es
aquel que se refiere a las cosas prácticas, y se traduce en un sí o un no, sin
concederse excepciones a la norma”.
Puede parecer algo demasiado fácil, y en verdad lo es... Porque en la
vida espiritual, como en tantos otros ámbitos, vale una enseñanza formulada por
los antiguos: “los edificios más altos se construyen poco a poco”.
La invitación a trabajar en lo pequeño, conviene recordarlo, está
presente en el mismo Evangelio, y se aplica sorprendentemente a la hora de
tomar buenos propósitos:
“El que es fiel en lo mínimo, lo es también en lo mucho; y el que es
injusto en lo mínimo, también lo es en lo mucho” (Lc
16,10).
(Los textos del monje anónimo del siglo XVII están tomados de este
libro: Maestro di San Bartolo, Abbi a cuore il Signore,
Edizioni San Paolo, Milano 2020, pp. 254-255).