Astillas y espinas
P. Fernando Pascual
10-7-2021
Emprendemos un trabajo
sencillo con trozos de madera. Al recoger un pedazo que había caído en el suelo
nos clavamos una astilla.
Un hermoso día de paseo por el
campo. Empezamos a subir una loma. Apartamos una rama del camino. Una espina
entra en la palma de la mano.
En la vida ocurren pequeños o
grandes imprevistos y accidentes que nos dejan heridas. A veces se trata de un
simple rasguño, de una espina que extraemos fácilmente.
Otras veces, sin embargo, la
herida es más molesta, o incluso más peligrosa. Una infección, inicialmente
pequeña, se complica y exige medidas de mayor envergadura.
Nos gustaría un mundo sin
astillas fuera de lugar, sin espinas escondidas entre las ramas. Pero ese mundo
no existe: continuamente estamos expuestos a imprevistos que provocan daños en
nuestra carne y, también, en nuestras almas.
Sí: también llegan espinas
interiores, provocadas por la palabra hiriente de un conocido, por la noticia
de la enfermedad de un ser que amamos, por la constatación de un defecto que no
conseguimos extirpar.
Ante tantas astillas y
espinas, necesitamos afrontar la vida con una sana prudencia, con medidas de
protección que eviten daños serios, con medicinas para curar rasguños o
infecciones que nos acompañan en el camino.
Nunca lograremos una seguridad
completa. En ocasiones, evitaremos un peligro, pero en otras ocasiones un golpe
imprevisto o una traición llena de malicia, provocarán daños que nunca habíamos
previsto.
En el camino de cada día,
entre astillas y espinas, también habrá caricias y consuelos, olores y
paisajes, que aliviarán un poco nuestro corazón, y que servirán como aliento y
empuje para seguir adelante.
Entre esos consuelos, los que
más nos curan vienen desde el Amor de Dios Padre, y desde tantas personas
buenas que ayudan y acompañan a los otros en esa peregrinación de cada día con
la que avanzamos, poco a poco, hacia el cielo en el que ya no habrá astillas ni
espinas que nos dañen.