La plenitud del amor
P. Fernando Pascual
3-7-2021
El amor puede ser entendido
como poseer, dominar. Entonces se convierte en un esfuerzo por atraer y
controlar a alguien o a algo que consideramos bueno, que deseamos tener casi
como una posesión personal.
Pero existe otro modo más
completo y bello de entender el amor: experimentarlo y vivirlo como entrega,
como renuncia de uno mismo, para ayudar, para servir, para que el otro crezca.
Ese es el modo cristiano, el
que nos enseña el mismo Cristo, que no vino a ser servido, sino a servir (cf. Mt
20,28); que se hizo pobre, cuando era rico, porque quería enriquecernos (cf. 2Co
8,9).
Cristo es, de una manera
sorprendente, la plenitud del amor, precisamente porque dio su vida por
nosotros, porque hizo suyo lo propio del grano de trigo, que cae y muere para
dar mucho fruto (cf. Jn 15,13; Jn 12,24).
Cada vez que dejamos nuestros
planes, que renunciamos a los apegos materiales para servir a los otros,
permitimos que el amor se convierta en el centro de nuestras vidas, y logramos
una plenitud inimaginable.
Nos hacemos auténticos
discípulos de Jesús cuando nos amamos los unos a los otros, cuando buscamos el
bien de los hermanos, cuando dejamos lo nuestro para darnos a los demás (cf. Jn 13,34-35).
El camino del amor tiene
dificultades, no podemos negarlo. El egoísmo nos lleva muchas veces a ponernos
en el centro y a juzgarlo todo según un criterio equivocado: ver si esto me
enriquece o me empobrece.
El criterio cristiano es
completamente distinto: me lleva a evaluar cada acto, cada situación, cada
objeto, solo a la luz del deseo de buscar el bien de aquellos a los que amo, de
quienes son mis hermanos en Cristo.
Este día me presentará
diversas opciones. Si de verdad he acogido el Evangelio, si me he dejado atrapar
por Cristo (cf. Flp 3,12), mi mente y mi corazón estarán orientados
plenamente a lo únicamente importante: amar hasta dar la vida.