El mito del observador
imparcial
P. Fernando Pascual
3-7-2021
En ocasiones, resulta útil
imaginar lo que diría y haría un observador imparcial frente a problemas y
decisiones que tomamos sobre asuntos personales, o sobre lo que se refiere a relaciones
con otros.
Así, por ejemplo, antes de
responder a quien nos ha ofendido, podemos preguntarnos: ¿qué diría alguien que
viese la escena desde fuera? ¿Daría importancia a la ofensa, la dejaría a un
lado?
Sin embargo, cuando imaginamos
a ese observador (o espectador) imparcial, incurrimos en una ficción que tiene
algo de verdad, pero que también resulta vulnerable.
La parte de verdad es que uno
que está “fuera”, podría ver los hechos con cierta serenidad, con la suficiente
distancia como para analizar la situación de modo objetivo, tal vez más
completo.
Al mismo tiempo, hay posibles
deficiencias. La primera: lo que le afecta directamente a uno nunca podrá ser
comprendido del todo por alguien ajeno a lo que pasa, por quien no se siente ni
herido, ni ilusionado, ni alterado por lo que ocurre y lo que haya que decidir.
La segunda: todo observador
supuestamente imparcial está situado en un modo de pensar y de sentir que
entrará en su visión subjetiva de analizar y proponer algo a quienes le pedimos
una opinión supuestamente objetiva.
Ciertamente, cuando invitamos
a un observador externo a darnos una ayuda, imaginamos que será honesto y que
buscará el mejor modo de ver las cosas y de ofrecer alternativas útiles.
Pero su buena voluntad no
impide que tenga criterios personales, incluso reacciones emotivas, que le
afecten cuando analiza lo que se le propone, y cuando expone posibles modos de
actuar.
Por más que se esfuerce, esa
persona a la que pidamos mirar las cosas desde fuera, nunca será totalmente objetiva.
Solo existen observadores imparciales en los mitos.
Queda un último punto que
conviene recordar: el observador supuestamente imparcial nunca puede suplir la
responsabilidad de quien se siente interpelado, en primera persona, a tomar sus
propias decisiones para su propia vida y para las vidas de otros.
Por eso, será bienvenido todo
observador externo que ayude, con sencillez, pero también consciente de sus
propios modos de pensar, a quienes le pedimos un consejo.
Luego, llegará el momento en
el que cada uno tomará sus decisiones, que podrán estar o no estar de acuerdo
con lo que proponga el observador imparcial, pero que serán buenas si ayudan a
avanzar un poco hacia lo verdaderamente importante: amar más a Dios y a los
hermanos.