Antígona en el siglo XXI
P. Fernando Pascual
19-6-2021
Polinices yace muerto en la calle. Han pasado
tres días desde que recibió el disparo en la nuca, y nadie se acerca a
recogerlo. El espectáculo del cadáver abandonado se hace cada vez más insoportable.
Su hermana, Antígona, quiere honrarle como se
merece. Pero la orden ha sido tajante: nadie puede sepultar al rebelde
Polinices. De nada han valido los recursos ante los juzgados locales, las
quejas en la prensa local, las protestas ante el ayuntamiento.
Antígona parte hacia la capital. Cree que en
el Parlamento atenderán su petición humanitaria. Al fin y al cabo, Polinices
está muerto y bien muerto, y nadie teme lo que puede hacer un muerto.
Los parlamentarios, sin embargo, piensan de
otra manera: la ley es la ley, y sentar precedentes de exenciones y privilegios
genera un sinfín de problemas y provoca conflictos interminables.
Además, en el aula están discutiendo temas
importantes. Atender a Antígona sería retrasar un trabajo urgente que puede
tener enormes repercusiones para toda la sociedad...
Alguien, para consolarla, se acerca a la
joven y le dice: “Vaya usted a las Naciones Unidas. Hay un departamento que se
preocupa de los Derechos Humanos. Allí atenderán sus demandas”.
Antígona ha llegado a Nueva York en un avión
de línea. Espera que le hagan justicia. A través de las puertas de cristal,
entran y salen numerosos funcionarios, todos empeñados en asuntos
transcendentales. Por fin, uno accede a conducirla a un departamento en la que
sería escuchada.
Por encima de sus gafas, el funcionario
atiende, o parece atender, a Antígona. Menea la cabeza una y otra vez, e
insiste en que el asunto es de incumbencia local, que las Naciones Unidas no se
encargan de estas minucias.
Antígona insiste en su petición: quiere hacer
algo por su hermano. Sabe que la ley está en contra suya, pero por encima de la
ley hay convicciones basadas en una justicia que vale siempre.
Estas palabras son escuchadas por dos
funcionarios de la misma oficina. Perciben enseguida el alto valor
revolucionario que contienen, y el riesgo para la paz internacional que
comportan.
¿No han empezado tantas guerras y conflictos
cuando se han invocado “derechos inalienables” y una “justicia natural” por
encima de la fuerza de las leyes y de los contratos?
Antígona se puede convertir en un gran
peligro para la sociedad, y su voz debe ser apagada. ¡Lástima que también haya
leyes que protegen la libertad de expresión! Pero, gracias a la eficiencia
burocrática, hay mil maneras de ahogarlas en la marejada de informaciones que
invaden los periódicos y las páginas de Internet.
Antígona: quizá los Creontes
del siglo XXI te volverán a aplastar, como en los tiempos de la Antigua de
Grecia. Pero tu voz hoy, como entonces, levantará una ola de solidaridad y de
apoyo. Estamos contigo, aunque a veces parezca que estamos solos...