Centrarnos en lo que realmente vale
P. Fernando Pascual
19-6-2021
Entre las cientos de
actividades que están ante nosotros, algunas sirven para descansar, otras para
aprender, otras para arreglar, otras para mantener relaciones, otras para fines
no claros o, por desgracia, dañinos.
Al amanecer, nos arrojamos a un frenesí de
acciones. Las opciones, poco a poco, quedan atrás, mientras seguimos un
recorrido más o menos preciso: aseo personal, desayuno, traslado al puesto de
trabajo, desarrollo de las tareas del día.
En ocasiones, nuestra mente, nuestros ojos,
nuestros dedos sobre el teclado, nuestros pies, realizan actividades que luego
dejan una cierta sensación de vacío: hemos perdido el tiempo al ver aquel vídeo
simpático pero poco provechoso, hemos dañado el
corazón con ese mensaje en el que no tratamos bien a otra persona.
Antes de tomar decisiones nuevas, o incluso
antes de repetir lo que ya resulta rutinario, conviene preguntarnos si vale la
pena leer ese libro, consultar esa página de Internet, participar en ese chat,
o pasar la tarde en ese bar de la esquina.
La vida fluye con una velocidad sorprendente.
La noche llega aprisa, y más de una vez hemos de reconocer que perdimos el
tiempo, o lo usamos para aquello que no tenía realmente valor ni para nosotros
mismos ni para otros.
Por eso, necesitamos centrarnos en lo que
vale la pena, en aquello que permite crecer en el amor, que nos lleva a ayudar
al necesitado, que soluciona problemas de casa o de otros, que alivia un poco
dolores de tantos enfermos, pobres, o fracasados.
La vida es muy corta como para desperdiciarla
en lo superfluo, en lo que crea dependencias, en lo que arruina a la familia,
en lo que aumenta tensiones y odios en un mundo demasiado lleno de lágrimas y
amargura.
Necesitamos aprovechar cada momento para
optar por lo que surge desde el amor y lleva a amar más. Necesitamos abrirnos a
Dios, fuente y origen de la vida, para acoger su presencia dentro de nosotros y
para dejarnos guiar por su Espíritu.
Esa apertura está al alcance de todos, “porque
el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo
que nos ha sido dado” (Rm 5,5). Y porque el
Señor mismo se nos da en la Eucaristía para así poder participar en la vida
verdadera...