No era como lo esperaba
P. Fernando Pascual
12-6-2021
Tras las primeras clases, o
después de los primeros meses de trabajo, o cuando pasan los años de la vida
matrimonial, surge en los corazones una frase de pena y desengaño: no era como esperaba.
La frase implica que, antes de
iniciar una actividad, pensábamos que iba a darnos ciertas satisfacciones y
plenitud. Luego, con el pasar del tiempo, ha surgido en nuestro interior
descontento o incluso desagrado.
Las causas de ese descontento
pueden ser diversas. Algunos soñaban con que el trabajo sería más sencillo,
menos costoso, asequible a las propias capacidades. La realidad, sin embargo,
fue diferente.
Otras veces la vida soñada y
la experiencia encontrada coinciden en buena parte. Pero con el pasar de los
meses o de los años, un extraño aburrimiento, o el despertar de nuevos deseos y
planes, llevan al aburrimiento y al cansancio.
Quizá haya una explicación más
profunda: el corazón del ser humano es tan grande y tan complejo, que no existiría
prácticamente ninguna experiencia, trabajo, persona, capaz de llenarnos de un
modo completo y en todas las etapas de nuestra existencia.
Eso vale, ciertamente, para el
tiempo presente. Las cosas, las actividades, las circunstancias, las personas
que nos rodean, nosotros mismos, estamos sometidos a procesos inexorables de
cambio, de desgaste, incluso de conflictos.
Pero existe un horizonte, que
puede empezar a tocarse ya en la vida presente, donde aparece un Ser y una
actividad que llenan plenamente todos los anhelos, sueños y amores de cada uno.
Ese Ser se llama Dios, Padre,
Hijo y Espíritu Santo. Nos ha revelado, además, su Amor. Ha buscado mil modos
de manifestarlo. Ha ofrecido toda la ayuda que hiciera falta para que lo
encontrásemos.
“No era como lo esperaba”.
Podré decirlo, seguramente, de tantos momentos de mi vida, en los que, tras un
esfuerzo sincero y decidido, creí alcanzar una plenitud que luego se mostró
caduca, o incluso engañosa.
Sin embargo, sé que existe
Alguien que me busca y me ama, que me invita un día y otro a acogerlo en mi
vida, que desea mi felicidad completa.
Dios no dice, como si sufriera
un desengaño: “Tú, hijo, tampoco eres como te esperaba”. Sino que dice, con la
dulzura propia de quien ama: “Tú, hijo, puedes ser mucho más de lo que te
imaginas. Basta, simplemente, que empieces a pensar, sentir y vivir como te he
enseñado en mi Hijo, que es manso y humilde de corazón...”