Homilías
P. Fernando Pascual
15-5-2021
Se han dicho y se dirán muchas
cosas sobre las homilías. Las hay buenas y malas. Las hay improvisadas y bien
preparadas. Las hay cortas y largas.
Los bautizados escuchan la
homilía desde su propia experiencia y formación. Algunos perciben que la
homilía no les enseña nada. Otros piensan que es demasiado elevada.
Los sacerdotes viven el
momento de la homilía desde actitudes diferentes. Algunos preferirían no dar
homilías. Otros las dan con excesiva amplitud, casi como si fuera una
conferencia en la que mostrar su mucha sabiduría.
A lo largo de los siglos la
Iglesia ha dado diversas indicaciones sobre la homilía, para que pueda
convertirse en un momento hermoso de la misa, pero no el más importante.
En la exhortación “Evangelii gaudium”, el Papa
Francisco dedicó una amplia serie de reflexiones y consejos sobre las homilías,
pues cuando están bien preparadas pueden ser de gran ayuda para toda la
comunidad.
De vez en cuando, a los
sacerdotes nos viene muy bien releer los diversos consejos que el Magisterio
ofrece sobre las homilías, para mejorarlas y para que encajen de modo adecuado
en la liturgia eucarística.
Porque quizá esa sea una de
las pistas mejores para que las homilías sean buenas (o, si somos un poco
minimalistas, no tan malas...): que los sacerdotes tengamos siempre presente
que la Eucaristía es el centro de la vida de la Iglesia, la participación
completa en el gran misterio de la Pascua de Cristo.
Si recordamos esta verdad,
evitaremos que la homilía sea una especie de “objeto” personal usado según los
gustos de cada uno, como si fuese la oportunidad para expresar las propias
ideas.
Al mismo tiempo, nos
esforzaremos para que cada homilía quede bien encuadrada en la belleza de lo
que ocurre en cada misa, la cual es “el memorial sacrificial en que se perpetúa
el sacrificio de la cruz, y el banquete sagrado de la comunión en el Cuerpo y
la Sangre del Señor” (“Catecismo de la Iglesia Católica”, n. 1382).