Dante y el Papa Francisco
P. Fernando Pascual
1-5-2021
El Papa Francisco ha hablado o
escrito en varias ocasiones sobre algunos aspectos importantes de Dante. Luego,
durante el año del VII centenario de la muerte de Dante, Francisco publicó una
importante carta apostólica, titulada Candor lucis
aeternae, dedicada por entero a este gran
escritor italiano.
La primera ocasión fue a
través de un mensaje del 4 de mayo de 2015 con motivo de los 750 años del
nacimiento de Dante. A través de ese mensaje, Francisco quería unirse “al coro
de quienes consideran a Dante Alighieri un artista de altísimo valor universal,
que tiene aún mucho que decir y dar, a través de sus obras inmortales, a
quienes desean recorrer la senda del conocimiento, del auténtico descubrimiento
de sí, del mundo, del sentido profundo y trascendente de la existencia”.
A continuación, el mensaje
resumía brevemente algunas de las intervenciones de varios Papas (Benedicto XV,
Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI), que hablaron con frecuencia sobre el
Poeta florentino. Luego el Papa Francisco añadía:
“Y en mi primera encíclica, Lumen
fidei, elegí también yo recurrir a ese inmenso
patrimonio de imágenes, símbolos y valores constituido por la obra dantesca.
Para describir la luz de la fe, luz que se debe redescubrir y recuperar a fin
de que ilumine toda la existencia humana, partí precisamente de las sugestivas
palabras del poeta, que la representa como chispa...”.
En ese mismo año 2015, la
Iglesia se acercaba para el Jubileo de la misericordia. Como preparación al
mismo, Francisco invitaba a releer la Divina comedia. En ella se ofrece “un
gran itinerario”, una especia de “auténtica peregrinación, tanto personal e
interior como comunitaria, eclesial, social e histórica”.
Dante, además, era presentado
como “profeta de esperanza, anunciador de la posibilidad del rescate, de la
liberación, del cambio profundo de cada hombre y mujer, de toda la humanidad”.
El Poeta invita a “encontrar el sentido perdido y confuso de nuestro itinerario
humano y saber mirar de nuevo el horizonte luminoso en el que brilla en plenitud
la dignidad de la persona humana”.
Su experiencia nos enriquece a
lo largo de la peregrinación, en vistas a “alcanzar la meta soñada y deseada
por todo hombre: el amor que mueve el sol y las demás estrellas (Paraíso
XXXIII, 145)”.
La segunda ocasión fue un
discurso dirigido el 10 de octubre de 2020 a una delegación de la arquidiócesis
de Ravena-Cervia, con motivo del inicio de las
celebraciones del VII centenario de la muerte de Dante, fallecido precisamente
en la ciudad de Ravena, último lugar del exilio que experimentó el Poeta, y
que, como recuerda el Papa, recuerda el exilio del pueblo de Israel en
Babilonia.
Francisco indicaba una pista
para orientar el Centenario dantesco: servir de estímulo a “retomar su Comedia
para que, conscientes de nuestra condición de exiliados, nos llame a ese camino
de conversión”, según lo que ya había afirmado Pablo VI en la carta apostólica Altissimi cantus
(citada en el discurso de Francisco).
Ciertamente, Dante puede
parecer lejano respecto de nuestra generación, que vive una “era postmoderna y
secularizada”. Sin embargo, no deja de encontrar resonancia en quienes lo leen.
Como explicaba Francisco, los adolescentes (sirven como ejemplo), al leer a
Dante, “sienten una resonancia sorprendente. Esto sucede especialmente allí
donde la alegoría deja espacio al símbolo, donde el ser humano aparece más
evidente y desnudo, donde la pasión civil vibra más intensamente, donde la
fascinación de la verdad, la belleza y la bondad, en último término, la
fascinación de Dios, hace sentir su poderosa atracción”.
La tercera ocasión fue el 8 de
febrero de 2021, al final del discurso del Papa al Cuerpo diplomático ante la
Santa Sede. Francisco cita, primero, una carta de Dante a Cangrande
della Scala, en la que
aludía a su Comedia y hablaba de una noble tarea: “Arrancar a los que
viven en esta vida de su estado de miseria y conducirlos al estado de felicidad”.
Tras esta cita del Poeta
florentino, el Papa añadía estas palabras: “Esto, si bien con roles y en
ámbitos diferentes, también es la tarea tanto de las autoridades religiosas
como de las civiles. La crisis de las relaciones humanas y, consecuentemente,
las otras crisis que he mencionado, no se pueden vencer si no se salvaguarda la
dignidad trascendente de toda persona humana, creada a imagen y semejanza de
Dios”.
La carta apostólica Candor lucis aeternae
El 25 de marzo de 2021, en el
corazón del año dedicado al VII centenario de la muerte de Dante Alighieri, el
Papa Francisco publicaba, como ya vimos, una carta apostólica titulada Candor
lucis aeternae
(Resplandor de la Luz eterna), dedicada por entero a ese aniversario.
Al inicio, el Papa expresaba
la finalidad de esta carta: “proponerlo [a Dante] nuevamente a la atención de
la Iglesia, a la universalidad de los fieles, a los estudiosos de literatura, a
los teólogos y a los artistas”, en línea con otras intervenciones del
Magisterio sobre el gran Poeta florentino.
Para ello, la primera sección
ofrece un resumen de lo que habían dicho sobre Dante los Papas durante los
últimos 100 años, desde Benedicto XV hasta el mismo Francisco.
Con la segunda sección, Francisco
recorre algunos momentos clave de la vida de Dante, acompañados por citaciones
de textos del Poeta, especialmente de la Divina comedia. Los
acontecimientos, algunos dramáticos, como el exilio que sufrió Dante, dan
origen a dos grandes temas de su obra: “el punto de partida de todo itinerario
existencial, que es el deseo, ínsito en el alma humana, y el punto de llegada,
que es la felicidad, dada por la visión del Amor que es Dios” (n. 2).
El tema de la esperanza sirve
como eje de la sección tercera, pues, como señala el Papa, el poeta buscaba,
como ya vimos, apartar a los hombres del estado de miseria y conducirlos hacia
la felicidad.
En esta búsqueda, Dante no
tiene miedo a denunciar aquellos comportamientos que implican apartarse de la
meta, que incluso pueden significar una traición al mensaje cristiano. En
concreto, Francisco afirma:
“De este modo, en la misión
profética de Dante se incluye también la denuncia y la crítica dirigida a los
creyentes, sean Pontífices o simples fieles, que traicionan la adhesión a
Cristo y transforman a la Iglesia en un medio para sus propios beneficios,
olvidando el espíritu de las Bienaventuranzas y la caridad hacia los pequeños y
los pobres, e idolatrando el poder y la riqueza” (n. 3).
Al mismo tiempo, Dante era
consciente de que la renovación resultaría posible, porque la providencia (en
su tiempo, como también hoy) no dejaría de socorrer a su Iglesia.
Con las secciones cuarta y
quinta, la atención se dirige a mensajes clave de las obras de Dante: el deseo,
la libertad humana y la misericordia de Dios. “El itinerario de Dante,
particularmente el que se ilustra en la Divina Comedia, es realmente el
camino del deseo, de la necesidad profunda e interior de cambiar la propia vida
para poder alcanzar la felicidad y, de esta manera, mostrarle el camino a quien
se encuentra, como él, en una selva oscura y ha perdido la recta vía” (n. 4).
Dios ofrece la misericordia a
todos, como se narra en diversos ejemplos de la Divina Comedia, de forma
que basta un pequeño gesto de apertura a Dios y al prójimo para que un alma
reciba el perdón y alcance el purgatorio o, incluso, el paraíso.
Dante sostiene, así, el gran
papel que tiene la libertad, don de Dios con el cual cada uno puede orientarse
hacia la felicidad, hacia la meta de sus deseos. La libertad, recuerda
Francisco, no es fin en sí misma, sino que adquiere su sentido pleno cuando
alcanza la plenitud al alcanzar la meta del propio deseo.
Ese deseo se convierte en
oración, en súplica, para ser ayudado en el propio camino: “El deseo también se
hace oración, súplica, intercesión y canto que acompaña y marca el itinerario
dantesco, del mismo modo que la oración litúrgica marca las horas y los
momentos de la jornada. [...] La libertad de quien cree en Dios como Padre
misericordioso, no puede más que confiarse a Él en la oración, y esto no la
perjudica en absoluto, por el contrario, la fortalece” (n. 5).
Con la sección sexta, Candor
lucis aeternae presenta
el tema del hombre que se realiza plenamente en la visión de Dios, lo cual
incluye su misma corporeidad, algo que sobre todo se percibe al reconocer en el
centro de la Trinidad un Rostro humano: Cristo, el Hijo hecho Hombre en el gran
misterio de la Encarnación.
“El misterio de la
Encarnación, que hoy celebramos, es el verdadero centro inspirador y el núcleo
esencial de todo el poema. En este se realiza lo que los Padres de la Iglesia
llamaban divinización, el admirabile commercium, el intercambio prodigioso mediante el cual,
mientras Dios entra en nuestra historia haciéndose carne, el ser humano, con su
carne, puede entrar en la realidad divina, simbolizada por la rosa de los
bienaventurados. La humanidad, en su realidad concreta, con los gestos y las
palabras cotidianas, con su inteligencia y sus afectos, con el cuerpo y las
emociones, es elevada a Dios, en quien encuentra la verdadera felicidad y la
realización plena y última, meta de todo su camino” (n. 6).
Tres mujeres, la Virgen María,
Beatriz y santa Lucía, y un hombre, san Francisco, ocuparon un lugar único en
Dante, como recuerda el Papa en las secciones séptima y octava. La Madre de
Dios es presentada, sobre todo, en el Paraíso, a través de la ayuda de san
Bernardo. Pero también aparece a lo largo de toda la obra.
Como síntesis de esta
presencia femenina, el Papa explica que son las mujeres quienes interceden y
guían al Poeta en las virtudes teologales: “María, la Madre de Dios, figura de
la caridad; Beatriz, símbolo de la esperanza; y santa Lucía, imagen de la fe”
(n. 7). A continuación, Francisco explicita esta idea con textos tomados de la Divina
Comedia:
“Beatriz se presenta con estas
conmovedoras palabras: Soy Beatriz la que te manda que vayas; / vengo del lugar
a donde deseo volver / y es el amor quien me mueve y me hace hablar (Infierno
II, 70-72), afirmando que la única fuente que nos puede dar la salvación es el
amor, el amor divino que transfigura el amor humano. Beatriz remite, además, a
la intercesión de otra mujer, la Virgen María: Una mujer excelsa hay en el
cielo que se compadece / de la situación en que está aquel a quien te envío, /
y ella mitiga allí todo juicio severo (94-96). Luego, dirigiéndose a Beatriz,
interviene Lucía: Beatriz, alabanza de Dios verdadero, / ¿por qué no socorres a
quien tanto te amó, / que se alejó por ti de la
esfera vulgar? (103-105)” (n. 7).
En la última sección (la
novena) de Candor lucis aeternae,
el Papa invita a acoger el mensaje de Dante para el hombre de hoy. No se trata
de leer o estudiar su obra, sino de participar a fondo en su camino.
“[Dante] nos pide más bien ser
escuchado, en cierto modo ser imitado, que nos hagamos sus compañeros de viaje,
porque también hoy quiere mostrarnos cuál es el itinerario hacia la felicidad,
el camino recto para vivir plenamente nuestra humanidad, dejando atrás las
selvas oscuras donde perdemos la orientación y la dignidad” (n. 9).
Aunque Dante era un hombre de
su tiempo, no deja de interpelarnos, a través de un mensaje que vale para
nosotros (y para cualquier época y situación que podamos atravesar en nuestro
devenir humano).
“Su mensaje puede y debe
hacernos plenamente conscientes de lo que somos y de lo que vivimos día tras
día en tensión interior y continua hacia la felicidad, hacia la plenitud de la
existencia, hacia la patria última donde estaremos en plena comunión con Dios,
Amor infinito y eterno” (n. 9).
Los momentos conclusivos de la
carta apostólica, en línea con lo ya indicado por otros Papas desde el siglo
pasado, son una invitación a divulgar el pensamiento de Dante, sea por quienes
desempeñan la labor docente, sea por quienes trabajan en el mundo de la cultura
o del arte.
El último párrafo de este
denso y rico documento del Papa Francisco se convierte, de modo especial, en
una invitación a la esperanza, a dejarnos acompañar por quien, como Poeta
enamorado, dejó al mundo una obra que sigue siendo motivo de sorpresa y de
inspiración:
“En este particular momento
histórico, marcado por tantas sombras, por situaciones que degradan a la
humanidad, por una falta de confianza y de perspectivas para el futuro, la
figura de Dante, profeta de esperanza y testigo del deseo humano de felicidad, todavía
puede ofrecernos palabras y ejemplos que dan impulso a nuestro camino. Nos
puede ayudar a avanzar con serenidad y valentía en la peregrinación de la vida
y de la fe que todos estamos llamados a realizar, hasta que nuestro corazón
encuentre la verdadera paz y la verdadera alegría, hasta que lleguemos al fin
último de toda la humanidad, el amor que mueve el sol y las demás estrellas
(Paraíso XXXIII, 145)” (n. 9).