Respuesta
ciudadana frente al fracaso político
Ángel Gutiérrez Sanz
Cómo
me gustaría creer que las próximas elecciones del 4M. pudieran servir para remediar alguno de los males que aquejan a nuestra Comunidad y por extensión a los que
sufre el Estado Español; cómo me gustaría
poder confiar en unos políticos convertidos en charlatanes de ferias,
pero tengo, tenemos, la obligación de ser cautos y someter a juicio cuantas
ofertas electoralistas nos llegan envueltas en papel de celofán. Son ya muchos años
de ilusiones frustradas, de manipulación tejida con engaños y patrañas, cinismo
e hipocresía, una burda farsa montada al socaire de intereses bastardos e ideologías
mendaces y caducas, con las que los espíritus dotados de un elemental sentido
crítico que aspiran a vivir honesta y dignamente no se sienten demasiado
cómodos. Hace bien poco, en mayo de 2019, los madrileños votaban con enorme esperanza
de futuro y no bien pasados dos años hemos visto en que acabó todo esto, pero
como somos tan desmemoriados se seguirá votando con el mismo ánimo, para volver
a las andadas, sin dejar de dar vueltas a la misma noria.
Llevamos más
cuarenta años soportando la bufonada política, basada en “el quítate tú para ponerme yo”, sin que las cosas mejoren
y es que no acabamos de escarmentar, aunque
bien mirado algunos indicios hay de que la gente está cansándose y comienza a sentir el hartazgo
insufrible del trilerismo de unos políticos, que no van más que a lo suyo. ¿Quién siente hoy respeto y admiración por la
casta política? ¿quién les tiene en consideración
y estima? La mala reputación de los políticos viene ya de tiempos atrás y así
lo constatan las encuestas. Este
incipiente hartazgo de la ciudadanía lo certifica también el barómetro de CIS,
basándose en evidencias, entre otras la que queda reflejada en el dato indicativo
de que un alto porcentaje de hombres y mujeres se muestran decepcionados con
los políticos, los partidos y la política en general, que comienzan a ser vistos como un problema.
No solo la ciudadanía
ve con malos ojos a la clase política, sino que esta mala opinión adquiere tintes
dramáticos cuando se juzgan entre sí ellos mismos. Solo con que fuera verdad la
mitad de las acusaciones con que un partido político prodiga a los demás, sería
como para echarse a temblar, pero aún con todo, lo más triste y vergonzoso del caso
es que, allende nuestras fronteras, se nos comienza a ver como un estado descompuesto,
debido a la polarización política y a la fragmentación territorial. Véase lo que
recientemente dicen los periódicos europeos, entre otros el The New York Times,
donde se escribe: “La tripulación es pésima
y podría hundir a cualquier barco, incluso al más sólido… Los líderes políticos
no dan ejemplo y no actúan con lógica, se comportan sin ningún sentido de Estado,
destacando los errores del contrario y no asumiendo ninguno de los propios. Está
claro que no piensan en la ciudadanía”.
Si esto es así ¿Cómo es que la ciudadanía no
acaba dando la espalda a estos sus indignos representantes, sino que por el contrario
les sigue haciendo el caldo gordo a través de las urnas? ¿Por qué no se pone
fin a tantas felonías y mentiras que están llevando a España y a los españoles
a la ruina y al desastre? ¿Por qué? Pareciera que hubiéramos llegado a una situación
fatídica, en que ciudadanos y políticos estuvieran condenados a convivir juntos,
dada la necesidad que ambos sienten de ayudarse mutuamente, lo mismo que sucede
con la yedra y la tapia ruinosa, la yedra ayuda a la tapia a mantenerse en pie y
la tapia permite a la yedra crecer erguida. Ciertamente, los votantes con poco sentido crítico
son los que están ayudando con su voto a mantener en pie a una partitocracia en
ruinas, más preocupada por los intereses partidista que por el bien general. Por
esta razón seguramente el día 4 de mayo, en las elecciones convocadas para la Comunidad
de Madrid, veremos, una vez más, a los españolitos formando interminables colas
para acercarse a las urnas, desafiando el riesgo del coronavirus y todo lo que
se ponga por delante, aún a sabiendas de que el sistema electoral está
politizado y viciado en su origen.
Lo que está pasando
nos remite a un estado de esquizofrenia, donde por una parte nos encontramos con
el supuesto hartazgo de los políticos y por la otra con una actitud de benévola
complacencia a la hora de votarles. ¿Cómo explicar esto? Sin duda existe el clientelismo
político de unos fieles seguidores a prueba de bomba, que nunca renunciarán a
sus posiciones políticas, aunque tengan que taparse las narices o armarse con
escafandra cuando se acercan a las urnas. En plano diferente a los atrapados
por el voto cautivo están “los votantes indignados”, que irán a votar, no tanto
para “decir sí a los unos cuanto para maldecir a los otros”, de
quienes tratan de vengarse. El perfil de este tipo de “compromisarios enojados,
“del voto útil, “del voto en contra”, o como se les quiera llamar, es el que
bien pudiera servir para aclarar la contradicción de la
que hablamos que algunos tratan de justificar con la teoría “del mal menor”
como si no hubiera otras salidas. Esto lo saben muy bien los tahúres de la
estrategia política, los cuales movilizan a las masas utilizando este
sentimiento como revulsivo, haciéndoles llegar un mensaje intimidatorio fácilmente
inteligible, que consiste en meter miedo en el cuerpo con el famoso slogan de que
“Si no me votáis a mí y al partido que yo represento, lo que os espera es
apocalíptico”. Puede parecer infantiloide este señuelo intimidatorio,
pero funciona, por lo que alguien ha podido decir recientemente que “la
política es un cuento hecho para un público infantilizado”.
Habiendo uno sufrido
tantos desengaños como elecciones ha habido durante más de 40 años, no queda
otro remedio que ponerse en guardia, en cuanto a lo que puedan decirnos, según sus
conveniencias, políticos y periodistas, en referencia a la próxima confrontación
electoral. Así, mientras unos nos aseguran
que la única razón por la que se han convocado estos comicios no es otra, que mirar
por el bien de Madrid y de los madrileños, otros aseguran que se trata de una
huida hacia adelante, para evitar una moción de censura y de esta forma salvar
el pellejo. Mientras unos dicen que la fecha de la celebración de este evento es
la más indicada, otros piensan que es un disparate y una falta de responsabilidad
hacerlo en un momento de pandemia, en que Madrid está desangrándose por los
cuatro costados.
Aparte de la intencionalidad en las elecciones
del 4 de mayo en Madrid, habría que tener en cuenta sus posibles consecuencias.
¿Van a servir para algo estas elecciones? ¿Van a proporcionar mayor estabilidad a la Comunidad
de Madrid y todo el Estado Español, van a conseguir que sean más gobernables o
por el contrario, como ha sucedido en Cataluña, lo que nos van a traer es más confusión de la
que ya había? Mucho me temo que lo que a unos y a otros interesa es alcanzar el
poder, por lo que no deja de ser un espectáculo bochornoso ver a nuestros
mandatarios pelearse por la poltrona, como si no tuvieran otra cosa más
importante que hacer en una España plagada de urgencias, que se debate entre la
vida y la muerte desde el punto de vista sanitario y económico. Ahí están las
cifras que no mienten. Más de cien mil muertos,
sin contar los que han quedado maltrechos, familias que lo están pasando mal, varios
millones de parados y de autónomos con la soga al cuello, sin contar los de los
“ertes”; ahí estamos, con una deuda pavorosa,
el déficit en alza y con unas
instituciones que se tambalean. En semejante situación, oportuno es recordar
que las reiteradas convocatorias electorales no salen gratis, sino que cuestan
un dinerito que está haciendo falta para remediar necesidades extremas en una
ciudad como Madrid, donde las colas del hambre son demasiado largas.
Por otra parte
triste es reconocer que cada vez estamos más lejos de esa reconciliación, tan necesaria para poder seguir adelante como
pueblo y como nación. El “frentismo” y la enconada confrontación política entre las izquierdas y las derechas, se está haciendo ya insostenible, en un momento de
pandemia en que más falta hacía coadunar esfuerzos, remando todos en la misma
dirección para ganar la balla al coronavirus, que hoy por hoy es el enemigo
común, que está sembrando la muerte y el
terror en toda la población; por si fuera poco, la crispación y bipolarización política está llegando a la calle y ello resulta particularmente grave, porque podía comprometer la convivencia pacífica de
la sociedad, problema éste que no se resuelve simplemente con introducir un papel en las urnas,
sino que precisa de algo más, como es el cambio de actitud en las personas. Hay
que ir más allá de la estrategia política y comenzar a limpiar de odio los
corazones por dentro. De lo que se trata es de erradicar la deshumanización y olvidar
viejos rencores, porque de otra forma va a ser imposible seguir adelante.
La intriga y los
politiqueos poco o nada van a poder aportar a esa regeneración humana y moral que
tanto necesitamos. De las elecciones se
puede esperar que salgan unos ganadores y unos perdedores, pero no garantizan la
honradez y capacidad de unos hombres llamados a solucionar los problemas reales
y éste es un capítulo fundamental. Nadie que no hubiera dado muestras fehacientes
de competencia y de una profunda sensibilidad moral debiera ser llamado a ostentar cargos de
responsabilidad. Eso de que al político solo hay que pedirle eficacia y olvidarse
de todo lo demás, encuentra acomodo en un maquiavelismo oportunista, pero en
manera alguna puede entrar a formar parte de un programa de gobierno legítimo y
legitimador. Si queremos que las cosas un día cambien para bien, el electorado
habrá de abandonar el conformismo cómplice y comenzar a ser más exigente con
nuestros representantes, no regalando el voto a quien no se lo merece; tal debiera
ser un sagrado compromiso con nosotros mismos y con los demás.
Hasta ahora hemos
venido culpabilizando a los políticos de todo lo que pasaba a nuestro alrededor,
pero hora es ya de que nos vayamos dando cuenta de que somos nosotros quienes
les aupamos a los cargos para luego, no bien pasados unos meses, lamentarnos de
ello; mejor sería reaccionar a tiempo dándoles un toque de atención que les
hiciera ver que la posibilidad de las “urnas vacías” es una alternativa
institucionalizada que está ahí, precisamente para poder controlarles, si bien
para ello hay que estar preparados, ser responsables y tener criterio propio
Las cosas no van bien
en nuestra España, lo sabemos todos y es el momento de recordar aquellas palabras premonitorias que en su día pronunciara Donoso Cortés, cuando
dijo: "O España acaba con el parlamentarismo
o el parlamentarismo acaba con España". Necesitamos de unos dirigentes que sepan conjugar
lo útil con lo bueno, dispuestos a anteponer el bien general sobre los intereses
personales o partidistas. Necesitamos asentar las bases de la acción política
en unos principios universales e intemporales que nos pongan a salvo de
arbitrariedades, caprichos y contradicciones.
Hace falta que
el sentido crítico de los ciudadanos se imponga y dejen de conformarse con el
mal menor para aspirar al bien posible en libertad e independencia, con firmeza
y decisión. Pocas cosas hay tan denigrantes como sentirse utilizado y ser
tenido por un sujeto útil y fácilmente manipulable, en manos de quienes se
consumen en el ansia de poder. El que hoy
existan jóvenes incontaminados, que se
resisten a entregar su alma a los políticos, es motivo de esperanza.