El efecto Pigmalión en varias
direcciones
P. Fernando Pascual
17-4-2021
El efecto Pigmalión (en
inglés, Pygmalion Effect),
también conocido como efecto Rosenthal, explica un fenómeno humano que tiene
gran importancia: lo que pensamos sobre otros influye, positiva o
negativamente, en su modo de ser o de actuar; y lo que otros piensan sobre
nosotros crea condicionamientos más o menos relevantes en nosotros mismos.
Así, por ejemplo, si un
profesor tiene la idea de que los alumnos nuevos de este año son excelentes,
que cuentan con una buena preparación previa, que reciben apoyo en las
familias, a lo largo de las semanas esos alumnos lograrán mejores resultados,
al recibir, consciente o inconscientemente, un influjo benéfico desde la
valoración del docente.
Al revés, si otro profesor
cree que los alumnos recién llegados tienen pocas bases, son dispersos, están
obsesionados por los juegos electrónicos, proceden de familias “disfuncionales”,
seguramente esos alumnos tendrán muchos problemas en las clases y lograrán
pocos resultados con ese profesor.
El efecto Pigmalión se aplica
no solo a las aulas, sino que vale para el mundo familiar, cuando los padres
suponen que un hijo sea más inteligente o menos inteligente, más disciplinado o
menos disciplinado, más sano o lleno de problemas psíquicos.
También se aplica en otros
ámbitos relacionales, por ejemplo, en el trabajo: el encargado de personal
condiciona los resultados de los empleados según sus prejuicios positivos
(ayuda a un trabajador a producir más) o negativos (lleva a otro trabajador a
rendir menos).
La literatura y el cine han
plasmado, de modo artístico, este efecto, que tiene su origen en una leyenda
del mundo clásico. En el siglo pasado, por ejemplo, una obra de teatro,
titulada precisamente “Pygmalion” (escrita por George
Bernard Shaw en 1913), adapta esa leyenda al mundo moderno. Esa obra pasó al
cine en la famosa película “My Fair
Lady” (1964).
Es bueno añadir que el efecto
Pigmalión no solo se aplicaría “de arriba hacia abajo”, es decir, desde quien
tiene una cierta autoridad hacia quien estaría bajo tal autoridad, sino también
“de abajo hacia arriba”.
En efecto, si un profesor
influye con su aprecio (o su falta de aprecio) en los resultados de sus
alumnos, también los alumnos influyen y condicionan a su profesor según la
visión positiva o negativa que tengan sobre él.
Quien trabaja en las aulas
percibe en seguida cuándo tiene ante sí alumnos que lo valoran o que lo ven de
modo hostil. Aunque se trate de una persona más o menos madura, lo que palpa
entre sus alumnos influye en su mente y en su corazón, y permite dar las clases
de modo más sereno o con serias dificultades.
El efecto Pigmalión, así, se
aplicaría en varias direcciones: de arriba hacia abajo, de abajo hacia arriba,
y también entre los que se sitúan en un mismo nivel: entre esposos, entre
hermanos, entre compañeros de aula, entre empleados de una misma empresa, entre
parlamentarios, y una larga lista de situaciones comunitarias.
Detrás del mismo se esconde
algo que todos, con mayor o menor intensidad, experimentamos continuamente: el
influjo que otros ejercen sobre nosotros con su cariño o con su desafección.
Por eso, en el camino de la
vida, necesitamos reconocer la fuerza del efecto Pigmalión en cada uno de
nosotros. No solo porque hay muchos que influyen en nuestro interior, sino
también porque nosotros influimos, para bien o para mal, en el modo de sentir y
de actuar de tantas personas que encontramos con frecuencia.