COMENTARIOS AL EVANGELIO DE SAN MATEO

CAPÍTULO DÉCIMO SEGUNDO: 8

Padre Arnaldo Bazán

 

“Y si yo expulso los demonios por Beelzebul, ¿por quién los expulsan sus hijos? Por eso, ellos serán sus jueces. Pero si por el Espíritu de Dios expulso yo los demonios, es que ha llegado a ustedes el Reino de Dios. O, ¿cómo puede uno entrar en la casa del fuerte y saquear su ajuar, si no ata primero al fuerte? Entonces podrá saquear su casa. El que no está conmigo, está contra mí, y el que no recoge conmigo, desparrama”(12,27-30).

Aquí toca Jesús un tema que fue como un “jaque mate” a las críticas de los fariseos. Porque existían, entre los judíos, exorcistas dedicados, precisamente, a expulsar los demonios.

 

Debemos recordar que, por ese tiempo, la creencia popular, que también compartían los círculos más elevados, dada la ignorancia que exisíia sobre las causas de las enfermedades, era que todas ellas eran causadas por agentes sobrenaturales, es decir, espíritus demoníacos.

 

Aunque había médicos que ejercían su oficio de acuerdo a los conocimientos de entonces, el auxilio sobrenatural era siempre utilizado en forma de exorcismos.

 

No era fácil a un exorcista, ni lo es todavía hoy, distinguir entre una verdadera posesión diabólica y una enfermedad sicológica. Por entonces, además, tampoco existía una clara distinción entre lo que era del cuerpo y lo que pertenecía al alma. Tenían que pasar muchos siglos para ir descubriendo la dimensión sicológica de la persona humana.

 

En el libro de los Hechos se narra el caso de unos exorcistas judíos, siete hermanos, hijos del sumo sacerdote Esceva, que, viendo el éxito de Pablo frente a los demonios, quisieron invocar el nombre de Jesús y el de Pablo, sin ellos mismos haberse convertido en discípulos. Pero el espíritu inmundo les respondió: “A Jesús le conozco y sé quién es Pablo; pero ustedes, ¿quiénes son?” Y arrojándose sobre ellos el hombre poseído del mal espíritu, dominó a unos y otros y pudo con ellos de forma que tuvieron que huir de aquella casa desnudos y cubiertos de heridas. Llegaron a enterarse de esto todos los habitantes de Efeso, tanto judíos como griegos. El temor se apoderó de todos ellos y fue glorificado el nombre del Señor Jesús" (Hechos 19,13-17).

 

La última frase en el versículo 30 nos demuestra que Jesús nos está exigiendo una adhesión completa si queremos ser sus discípulos. No basta que simpaticemos con El.

 

Tenemos que convertirnos a El. Delante de Jesús tenemos necesariamente que tomar partido. O lo seguimos o nos ponemos en su contra. O estamos con El o estamos contra El (ver Lucas 11,23). No hay vuelta de hoja.