La renuncia cristiana
P. Fernando Pascual
11-4-2021
No resulta fácil hablar de
renuncia, de abnegación, de sacrificio. En parte, porque cuesta dejar aquello
que nos gusta, lo que da seguridades. En parte, porque nadie prescinde de algo
si no tiene claro que va a conseguir una cosa mejor.
Pero para el cristiano la
renuncia es algo fundamental, que nace del mismo Evangelio y que permite
abrirnos a la experiencia maravillosa de la misericordia recibida y compartida.
Jesús mismo dijo a sus
discípulos: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su
cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá, pero quien
pierda su vida por mí, la encontrará” (Mt 16,24‑25).
Ahí está la clave: uno pierde
y deja algo, porque espera conquistar, ganar, algo mucho mejor. ¿Qué es eso
mejor? Es la intimidad con Dios, es la victoria sobre el pecado, es la vida que
inicia aquí y llega hasta la eternidad.
Hace años, Renzo Buricchi (1913-1983), un laico italiano sin estudios
académicos pero lleno de una fe profunda y viva, explicaba cómo la renuncia nos
libera de los lazos de Satanás y nos abre a la experiencia cristiana.
“Solamente en la renuncia
Satanás no tiene poder; a él se le ha dado el poder de estar en todas partes,
menos en la renuncia en la cual no tiene permiso de entrar.
Satanás fue derrotado en las
tentaciones de Cristo porque Cristo renunció a todo lo que aquel le ofrecía.
Hubiera sido suficiente una mínima concesión y Cristo mismo habría sido
arrastrado” (Renzo Buricchi, en el libro de M. Pierucci, “Un cipresso per
maestro”, Cantagalli, Siena 2011, p. 192).
Entonces, cada vez que
renunciamos a un capricho en la comida o en la bebida, a una palabra de más que
solo sirve para envanecernos, a una compra superflua, a un tiempo dedicado a Internet
sin ningún provecho, salimos de las tinieblas, rompemos las cadenas de Satanás,
y nos disponemos a recibir la vida verdadera.
Renuncia: una palabra que
asusta, porque pensamos que dejamos, que perdemos, y que así aumentarán los
problemas. En realidad, una renuncia bien llevada eleva el corazón al mundo del
espíritu, abre el alma a la gracia, permite tener los ojos y la voluntad
disponibles para ver y acudir en ayuda ante tantas necesidades de nuestros
hermanos...