Muertos sin nombre
P. Fernando Pascual
11-4-2021
Es triste constatar los miles
y miles de seres humanos que, cada año, son asesinados injustamente.
Algunos de ellos reciben un
recuerdo necesario en medios de información, en redes sociales, en actos conmemorativos,
incluso en sesiones del parlamento.
Pero hay otros miles y miles
que no son conocidos, que no son recordados, que no aparecen en listas, que ni
siquiera reciben el recuerdo solidario en sus países de origen.
Junto a todos ellos, hombres y
mujeres de diversas edades, que rieron, que lloraron, que lucharon, y que un
día fueron asesinados, hay millones y millones de seres humanos que no tienen
ni siquiera nombre.
Son todos aquellos hijos e
hijas eliminados a través del aborto voluntario en el seno de sus madres.
Es cierto que, en algunas
ocasiones, quienes reconocen lo que hicieron en el aborto, tienen la fuerza
interior para dar un nombre al hijo abortado.
Pero en muchos casos ese
nombre no se recibe aquí en la tierra. A lo sumo, los hijos abortados entran a
formar parte de estadísticas que se publican y que simplemente sirven para
recordar que el aborto elimina cada año miles de vidas humanas inocentes.
Esos hijos, de pocas semanas,
de algunos meses, que no llegaron a ver la luz, o incluso que la vieron pero
fueron inmediatamente asesinados, merecen ser recordados por todos aquellos que
aman la justicia.
Junto a las listas que se leen
en público con nombres de víctimas de atentados, de violencias gratuitas, de
odios que duran por generaciones, hay que unir esa multitud de pequeños seres
humanos que son destruidos en su primer y único hogar.
Recordarlos será un paso
necesario para que el aborto no siga siendo un hecho rutinario, sino que se
reconozca como una injusticia grave contra un ser indefenso.
Ese paso se une a tantos otros
pasos orientados a ayudar a las madres en dificultad y a ofrecer alternativas
al aborto.
Así se salvarán las vidas de
muchos hijos que llegarán al momento maravilloso del parto, y que recibirán un
nombre con el que les reconozcamos, con cariño, como miembros de nuestra
familia humana.