¿Será ésta la Semana Santa que estábamos
necesitando?
Ángel Gutiérrez Sanz
Estamos acostumbrados a
vivir la Semana Santa como meros espectadores
acompañando a Cristo doliente, que sufre agoniza y muere, pero haciéndolo desde la distancia, sin sentir en nuestras
propias carnes el aguijón del
sufrimiento y sin afrontar el riesgo de una muerte amenazante, que en cualquier
momento pudiera hacerse presente en nuestras vidas. Esta vez va a ser
diferente. En esta Semana Santa no habrá ruidos ni trompetas ni tambores, ni representaciones,
ni procesiones que nos recuerden el drama de la Pasión, solo habrá silencio, un
silencio sobrecogedor y una angustiosa
soledad, que nos colocan e involucran en el sagrado misterio del Gólgota, para
vivirlo en primera persona, asumiendo una actitud activa, que es el modo más
auténtico de cooperar con Cristo en su
misión redentora, como lo hicieron los mártires de todos los tiempos, que con
gozo indecible se pudrían en las cárceles, con la sonrisa en los labios se
consumían en las parrillas y en las
llamas de las hogueras, que con alegre semblante esperaban para ser hervidos en
pez, arrojados a las fieras, asaeteados, torturados o fusilados. Ellos fueron
los más fieles imitadores del crucificado, que supieron escribir las páginas
más hermosas de la historia de la humanidad y que hoy día tenemos casi
olvidados; cuando ellos deberían ser el
centro de nuestra admiración, porque como bien decía Fulto
Richo: sufrir llorando es humano, sufrir
callando es heroico, sufrir sonriendo es
glorioso. cómo los mártires se consumían en las cárceles, cómo eran
extendidos sobre parrillas, traspasados con flechas, hervidos en pez, arrojados
a fieras salvajes, crucificados, y cómo sufrían con una especie de alegría las
torturas más horribles. El sufrir, el soportar tormentos crueles, eso me ha
parecido desde entonces un goce,
Sin duda la Semana Santa
de 2021 viene marcada por el sufrimiento, la angustia y la muerte de una
humanidad flagelada con el azote de la pandemia, pero también con la íntima satisfacción
de que vamos a tener al Nazareno más cercano que nunca junto a nosotros, percibiendo su aliento y sintiendo
las palpitaciones de su lacerado corazón. Somos cristianos y se supone que hemos
de estar dispuestos al seguimiento de Jesús a través de la vía dolorosa. La
cruz es nuestro distintivo y nuestro lema y hemos de estar preparados para que cuando
el desabrimiento llame a nuestra puerta estemos dispuestos a aceptarlo con
generosidad y entrega. De mañana la fragua y el yunque debieran acrisolar nuestro
espíritu y así estar preparados por si
de noche nos visita el llanto.
Esta terrible pandemia
nos ha cogido un tanto desprevenidos, digamos que habíamos bajado la guardia y nos encontrábamos bastante
confiados pensando que todo lo teníamos controlado, pero vemos que no todo
estaba atado y bien atado y que había cabos sueltos. Los cristianos sabíamos
que esto que ha sucedido podría suceder, porque el hombre no es ni lo será
nunca el dueño de la historia. Como a los demás nos ha llegado la hora de la prueba
y aquí estamos en estos tiempos
difíciles para dar testimonio, con
nuestra actitud de que somos discípulos del “Maestro de Dolores”, el mismo que
un día pronunciara aquellas palabras tan intimidadoras y tan sublimes. “El que
quiera ser mi discípulo tome su cruz y sígame”. No hace falta que malgastemos
nuestro tiempo en buscar cuál es esa
cruz con la que hemos de acompañar a Cristo camino del Calvario, basta con saber esperar, porque ésta puede que tarde,
pero acabará llegando a su tiempo debido.
Tiempos de terrible
pandemia son los nuestros, lo que equivale a decir tiempos tormentosos y de calvario viviente,
que no sabemos cuanto tiempo han de durar, lo que sí sabemos es que han de ser contemplados y asumidos a la luz de
la “Theología Crucis” que nuestra actual cultura del bienestar, del goce y del
hedonismo creía tener ya superada, pero como bien se ha visto, no era más que
un mero espejismo.
Todos los hombres,
incluso los que no son cristianos nunca debimos olvidar que, milicia es la vida
del hombre sobre la tierra y en cada
momento hay que tener el corazón lo suficientemente aguerrido para hacer frente
a la adversidad cuando ésta se presente. Nos lo recuerda el propio Nietzsche
cuando dice: La capacidad de sufrimiento
en cada sujeto define su categoría humana. Ahora comenzamos a
darnos cuenta de que nuestro paraíso,
artificialmente construido, no era más que un castillo de arena sin cimientos y
sin consistencia. No pensaba el hombre de hoy, pertrechado de todas las
seguridades, que de la noche a la mañana fuera a aparecer un imprevisto con el
que no se contaba, capaz de trastocar todos sus planes. Nos habíamos creído que
con ocultar la muerte ésta dejaba de existir, nos habíamos creído que podíamos
prescindir de Dios, porque el hombre era lo suficientemente poderoso como para
hacerse cargo de su propio destino, pero el coronavirus ha venido a despertarnos de nuestro sueño para
hacernos ver que la tragedia, el dolor y la muerte, forman parte de la vida y
que nos guste o no, hemos de acostumbrarnos a convivir con ellos y lo mejor que
podemos hacer es extraer las oportunas consecuencias en beneficio propio y de
todo la humanidad , porque nada de lo que acontece está desprovisto de sentido
y puede ser trasformado en fuente de
gracia.
Si S. Agustín pudo
decir: “Oh feliz culpa” en referencia al pecado original que Cristo se encargó
de reparar; con mayor razón nuestro mundo de hoy puede seguir confiando y bendiciendo a Dios en tiempo de pandemia, porque nadie como
Él sabe sacar frutos sabrosos de árboles maléficos y detestables. El mismo
sentido del deber y la responsabilidad, que nos obligan a luchar para erradicar
esta plaga que ha caído sobre nosotros y ha puesto al mundo de rodillas, son los que nos empujan también en la hora
presente a extraer las lecciones
pertinentes de trascendental importancia para el género humano, o tal vez nos
fuera suficiente con tomar nota y recordar que el final de todas las grandes
civilizaciones de la historia de la humanidad estuvo precedido por la autocomplacencia
y la flojedad, juntamente con la molicie por si tal vez éste fuera nuestro
caso.
La pasión del 2021 que
nos está tocando vivir, puede no solo
aproximarnos al drama del calvario sucedido hace más de 2000 años, sino que
también pudiera ser motivo de acercamiento al hermano y hacernos reflexionar
sobre el destino de la humanidad entera,
en términos de confraternidad universal. El mal que padecemos afecta a todos
por igual, sin distinción de razas ni de posición social, igual a ricos que a
pobres, a los del norte y a los del sur
y esto debiera ser entendido como un llamamiento en clave de solidaridad
universal, porque o nos salvamos todos juntos o juntos pereceremos. Con toda
razón se ha dicho siempre, que nada une tanto como el dolor compartido, nada
hermana tanto a la humanidad como la
cruz que se yergue en el monte del Gólgota, donde Cristo nos espera a todos con
los brazos abiertos. Poder participar en los dolores con Cristo no es una desgracia,
es una bendición. Todos estamos igualmente llamados a sobrellevar la inmensa cruz que abruma los
hombros de la humanidad entera. Desde la perspectiva sobrenatural el dolor
comienza a tener sentido y esto es lo verdaderamente importante, pues como
sabiamente dicen los místicos el sufrir pasa, lo que nunca pasará es haber sufrido
con amor y por amor. En esta Semana Santa de pandemia poco tenemos, Señor, que ofrecerte
como no sea esta angustia que nos abruma y nos aplasta. Ayúdanos a sufrirlo por Ti y junto a Ti, sabiendo que todo dolor que
crece a la sombra de la cruz es un dolor salvífico, sabiendo también que al
final nuestro llanto se convertirá en gozo, porque que tú eres el Dios de la alegría y del consuelo que sabrá secar
nuestras lágrimas en el momento oportuno.
de los mártires; recuerdo que leí con espanto que en realidad
era embeleso cómo los mártires se consumían en las cárceles, cómo eran
extendidos sobre parrillas, traspasados con flechas, hervidos en pez, arrojados
a fieras salvajes, crucificados, y cómo sufrían con una especie de alegría las
torturas más horribles. El sufrir, el soportar tormentos crueles, eso me ha
parecido desde entonces un goce, y muy especialmente si esos tormentos eran
infligidos por una hermosa mujer
de los mártires; recuerdo que leí con espanto que en realidad era
embeleso cómo los mártires se consumían en las cárceles, cómo eran extendidos
sobre parrillas, traspasados con flechas, hervidos en pez, arrojados a fieras
salvajes, crucificados, y cómo sufrían con una especie de alegría las torturas
más horribles. El sufrir, el soportar tormentos crueles, eso me ha parecido
desde entonces un goce, y muy especialmente si esos tormentos eran infligidos
por una hermosa mujer