EL CUERPO Y LA SANGRE DE CRISTO
Padre
Arnaldo Bazán
Yo soy el pan de vida.
Sus antepasados, que comieron el maná en el desierto, murieron. Aquí tienen el
pan que bajó del cielo para que el que lo coma no muera (Juan 6,48-50).
Las
palabras de Jesús no dejan lugar a dudas. El no es un
loco o un parlanchín dispuesto a engañar a la gente con palabras
ininteligibles. El es el Hijo de Dios.
Por
eso cuando afirma que es el pan de vida tenemos que tomarlo muy en serio.
Y si
no, ¿para qué usó una frase así? ¿Sería para suscitar falsas esperanzas o para
confundir a los que lo escuchaban?
Aquí
no hay vuelta de hoja: o lo tomamos como suena o se trata de una engañifa
intolerable.
Porque,
además, no se trata de un pan cualquiera, sino uno que confiere al que lo come
inmortalidad.
Y
para que no queden dudas lo compara a aquel otro pan que fue el maná.
Dice
el libro del Exodo: "Yahvé dijo a Moisés:"Voy a hacerles llover comida de lo alto de los
cielos. El pueblo saldrá a recoger cada día la porción necesaria para ponerle
yo a prueba, viendo si marcha o no según la ley" (16, 4-5).
Y
poco más adelante: Los israelitas dieron a este alimento el nombre de
"maná". Era parecido a la semilla del cilantro, blanco, y tenía un
sabor como de torta de harina de trigo amasada con miel (16,31).
Este
fue el alimento que, por cuarenta años, comieron los israelitas durante su
travesía por el desierto.
Se
ha visto en él una figura de la Eucaristía, pues así como tal alimento sostuvo
a los israelitas en su peregrinación, así también el pan eucarístico es el
sostén de los cristianos en su caminar hacia la verdadera Patria Prometida, es
decir, la Casa de Dios, el Cielo.
No
juega Jesús con palabras bonitas para ganar discípulos. Nunca ha habido líder
alguno que haya sido más claro en sus proposiciones. El
nos ofrece la Gloria, pero también el sufrimiento, la persecución, las
calumnias y hasta la muerte. Alguien así no podía decirnos una cosa por otra.
Pan de Vida significa sólo eso. Jesús es el que da la vida verdadera a quien la
busque.
Jesús les dijo: En verdad
les digo que, si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no
tendrán vida en ustedes (Juan 6, 53).
En
esta frase recalca Jesús la necesidad que tenemos de un alimento, que nada
tiene que ver con el que necesitamos para sostener nuestros cuerpos.
Esto
no significa que El desdeñe tal forma de nutrición, pues nos enseñó a orar
pidiendo por el pan de cada día. Hubo, incluso, dos momentos de su ministerio
público, en que multiplicó panes y peces para alimentar a una multitud
hambrienta.
Pero
si el cuerpo tiene exigencias, también las tiene el alma transfor-mada
por la gracia de Dios. Requiere de otro alimento, que sólo Jesús puede
ofrecernos. De ahí que diga que si queremos tener vida debemos comer su carne y
beber su sangre.
Aunque
se han dado casos de personas, pocas, que han vivido sin ingerir otro alimento
que la hostia, como se afirma de la santa Ana Catalina Emmerich,
no fue el intento del Divino Maestro hacer de la Eucaristía un nutrimento para el
cuerpo.
El nos habla de una vida que debe ser
alimentada, y es la nueva que El nos dio al
rescatarnos del pecado y de la muerte.
Esa
nueva vida, vida en el espíritu, se alimenta de la unión con Dios. Va creciendo
y fortaleciéndose en la medida en que nos acercamos a El
y creamos una íntima comunión con El.
Puede
ser la oración, o las prácticas de piedad, o la penitencia y la mortificación,
pero, sobre todo, la recepción de la Carne y la Sangre de Cristo presentes en
el pan y el vino eucarísticos.
Cuando
una persona descuida estos medios está matando la vida espiritual y su alma
languidece por falta de alimento. Esa alma estaría gritando, si la persona en
cuestión tuviera la conciencia alerta, como gritan aquellos que sufren de
hambre material.
¡Qué
lástima que haya tantos cristianos que apenas dan importancia a esta vida que
Jesús nos ha regalado!
Luego de haberle oído,
muchos de sus discípulos dijeron: ¡Duras son estas palabras! ¿Quién puede
oírlas? Conociendo Jesús que murmuraban de esto sus discípulos les dijo: -
¿Esto los escandaliza? Pues, ¿qué sería si vieran al Hijo del hombre subir allí
a donde estaba antes? (Juan 6, 60-62).
Si
escandalizados quedaron muchos discípulos cuando Jesús dijo estas palabras,
escandalizados están otros discípulos de ahora que se niegan a aceptar lo que
aquellos tampoco aceptaron.
Si
Jesús hubiera hablado en un sentido simbólico, nadie tenía por qué escandali-zarse. Se ve que entendieron muy bien lo que
Jesús les decía.
Lo
que resultaba insólito e incompren-sible para ellos,
era que tuvieran que comer la carne de aquel a quien tenían por profeta o, al
menos, como un hombre de Dios.
Por
más que le habían visto realizar milagros, esto de comer su carne no les cabía
en la cabeza. Y eso que Jesús no habló realmente de masticar su carne, sino
comerla como un "pan vivo".
Se
trata, pues, de una realidad, no un simbolismo, aunque en una forma
sacramental. El pan y el vino, tal y como Jesús dijo al entregárselos a sus
apóstoles, se convierten, por poder divino, en su Cuerpo y su Sangre.
Claro
que en todo esto existe un elemento simbólico. No está presente Jesús como lo
estuvo mientras vivió en la tierra. El simbolismo está en la forma especial de
su presencia.
San
Justino lo explica de este modo: "Porque estas cosas no las tomamos como
pan común ni bebida ordinaria, sino que así como Jesucristo, nuestro Salvador,
hecho carne por virtud del Verbo de Dios, tuvo carne y sangre por nuestra
salvación; así se nos ha enseñado que, por virtud de la oración al Verbo que de
Dios procede, el alimento sobre el que fue dicha la acción de gracias -
alimento de que, por trans-formación, se nutren
nuestra sangre y nuestra carne - es la carne y la sangre de aquel mismo Jesús
encarnado. Pues los apóstoles, en los Recuerdos por ellos compuestos llamados
Evangelios, nos transmitieron que así les había sido mandado (Apología II
dirigida a los emperadores, en el siglo II).
Juan
Pablo II cita este párrafo de san Juan Crisóstomo, detallado y profundo:
"¿Qué es, en efecto, el pan? Es el cuerpo de Cristo. ¿En qué se
transforman los que lo reciben? En cuerpo de Cristo; pero no muchos cuerpos
sino un solo cuerpo. En efecto, como el pan es sólo uno, por más que esté
compuesto de muchos granos de trigo y éstos se encuentren en él, aunque no se
vean, de tal modo que su diversidad desaparece en virtud de su perfecta fusión;
de la misma manera, también nosotros estamos unidos recíprocamente unos a otros
y, todos juntos, con Cristo" (Ecclesia de Eucharistia, número 23).
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