Pablo VI y Dante Alighieri
P. Fernando Pascual
26-3-2021
El 7 de diciembre de 1965,
cuando estaba por concluir el Concilio Vaticano II, san Pablo VI firmó una
carta apostólica en forma de “motu proprio” con motivo del VII centenario del
nacimiento de Dante Alighieri en Florencia (el año 1265).
La carta tenía como título “Altissimi cantus”. Al día
siguiente de ser firmada, con una coincidencia sorprendente de fechas, se tuvo
la misa conclusiva del Concilio Vaticano II, iniciado por Juan XXIII y
finalizado con Pablo VI.
Nos fijamos en algunas
afirmaciones del Papa Montini sobre el famoso poeta medieval. En primer lugar,
el Papa destaca algunas pertenencias de Dante: florentino, italiano, universal.
Pero, sobre todo, católico y, por lo tanto, “nuestro”.
Por eso, ante quien quisiera
preguntar por qué la Iglesia católica celebra la gloria del poeta florentino,
Pablo VI responde: “porque, por un derecho particular, ¡Dante es nuestro!
Nuestro, es decir, de la fe católica, porque en todo respira amor a Cristo;
nuestro, porque amó mucho a la Iglesia, de la que cantó las glorias; y nuestro,
porque reconoció y veneró en el Romano Pontífice al Vicario de Cristo”.
Reconocer a Dante como “nuestro”,
como católico, sirve para recordar su importancia, y, como dice el texto papal,
para “investigar en su obra los inapreciables tesoros del pensamiento y del
sentimiento cristiano, convencidos, como lo estamos, de que solo quien penetra
en el alma religiosa del excelso Poeta puede comprender y gustar sus
maravillosas riquezas espirituales”.
Por este motivo, el Papa sitúa
a Dante en la larga lista de poetas cristianos. En concreto, evoca estos
nombres: “Prudencio, san Efrén el Sirio, san Gregorio Nacianceno, san Ambrosio
obispo de Milán, san Paulino de Nola, Venancio Fortunato, san Andrés de Creta,
Romano el Melodioso, Adán de San Víctor, san Juan de la Cruz”.
Junto a ellos, sigue Pablo VI, “la
armoniosa lira de Dante resuena con sonidos admirables, majestuosa por la
grandeza de los temas tratados, por la pureza de la inspiración, por el vigor
unido a una exquisita elegancia”.
El Dante católico es, por eso
mismo, universal, capaz de hablar sobre los temas más importantes para el
género humano. Así lo explica la carta “Altissimi cantus”:
“El Poema de Dante es
universal: en su inmensa extensión, abraza cielo y tierra, eternidad y tiempo,
los misterios de Dios y los asuntos de los hombres, la doctrina sagrada y las
disciplinas profanas, la ciencia recibida de la Revelación divina y la que procede
de la luz de la razón, los datos de la experiencia personal y los recuerdos de
la historia, su propio tiempo y la Antigüedad grecoromana,
al mismo tiempo que se puede afirmar que es el monumento más representativo del
Medioevo”.
De este modo, la “Divina
comedia” (su título en italiano era simplemente “Commedia”)
se abre a un sinfín de horizontes, como una síntesis que conjuga lo humano y lo
divino. Además, en el texto de Dante confluyen los diversos ríos de la cultura
y de la filosofía. Lo subraya en seguida el documento del Papa Montini:
“En su contenido se atesora la
sabiduría oriental, el logos griego, la civilización romana, y, de modo
sintético, el dogma y los preceptos de la ley del cristianismo en la
elaboración de sus doctores. Aristotélico en la concepción filosófica,
platónico en la tendencia al ideal, agustiniano en la concepción de la
historia...”
También la teología encuentra
en Dante una síntesis rica y armoniosa: “en la teología es un fiel seguidor de
santo Tomás de Aquino, hasta el punto de que la Divina Comedia es, entre
otras cosas, en fragmentos, casi el espejo poético de la Suma del Doctor
Angélico. Si bien esto es perfectamente verdad en las líneas generales, también
es verdad que Dante se abre a los profundos influjos de san Agustín, de san
Benito, de los Victorinos, de san Buenaventura; y no
está libre de cierto influjo apocalíptico del abad Joaquín de Fiore”.
A continuación, Pablo VI aborda
otros aspectos importantes. El primero se refiere a la finalidad de la “Divina
comedia”, que sería práctica: no busca solamente la belleza, sino que pretende “cambiar
radicalmente al hombre y llevarlo desde el desorden a la belleza, desde el
pecado a la santidad, desde la miseria a la felicidad, desde la contemplación
terrorífica del infierno a la contemplación beata del paraíso”. Todo lo cual
queda confirmado a través de una carta de Dante aquí citada por el Papa (Carta
XIII,15).
En el fondo, se trataría de una
especie de itinerario de la mente hacia Dios (según un famoso título de una
obra de san Buenaventura), “desde las tinieblas de la condenación inexorable
hacia las lágrimas de la expiación purificadora, y, de escalón en escalón, de
claridad en claridad [...] hasta la fuente de la Luz, del amor, de la dulzura
eterna” (con cita del Paraíso, Canto XXX, 40-42).
El Poeta recorre, continúa el
Papa, toda una serie de dimensiones de la existencia humana. “La naturaleza y
lo sobrenatural, la verdad y el error, el pecado y la gracia, el bien y el mal,
las obras de los hombres y los efectos de sus acciones, son vistos y
considerados coram Deo [de cara a Dios], en la perspectiva de la
eternidad”.
La carta “Altissimi
cantus” recoge otros aspectos importantes, y dirige
una atención cordial al papel de la Virgen María y de los santos en el camino
cristiano. Además, se fija en el mensaje de paz ofrecido en la Obra. “La Divina
comedia es un poema de la paz: canto lúgubre de la paz perdida por siempre
es el infierno, dulce canto de la paz esperada es el Purgatorio, triunfal
epinicio de paz eternamente y plenamente poseída es el Paraíso”.
En Dante brilla también el
humanismo, que le viene desde la perspectiva tomista según la cual la gracia no
destruye a la naturaleza, sino que la perfecciona. En el Poeta florentino “todos
los valores humanos (intelectuales, morales, afectivos, culturales, civiles)
son reconocidos y exaltados”. Ello se hace más y más real mientras se sumerge
en lo divino, pues “su humanidad se define todavía más completa y se
perfecciona en el torbellino del amor divino”.
En esa perspectiva, Dante veía
el mundo clásico como preparación al cristianismo. Por lo mismo, estaba muy
lejos de ese modo de pensar que caracterizó una parte del Renacimiento, en el
que “los valores humanos son considerados independientemente de Dios, y el
humanismo llega a ser paganizante y pelagiano”.
Pablo VI toca brevemente lo que
se refiere a las ideas políticas de Dante. Iglesia e Imperio (hoy diríamos,
Iglesia y Estado) tienen la tarea de conducir a los hombres hacia la felicidad.
El primer poder (Iglesia) se orienta a la felicidad celeste; el segundo
(Imperio), a la temporal, “y como estas son diferentes, aunque subordinadas,
así también cada una es independiente en su ámbito, y se evita la confusión de
lo sagrado con lo profano, si bien se afirma la mutua colaboración, que in rebus fidei et morum [en los temas de fe y costumbres] es
subordinación del Emperador al Sumo Pontífice; y los dos conjuntamente están al
servicio de la res publica christiana”.
Luego, la carta apostólica “Altissimi cantus” ofrece diversas
reflexiones sobre la poesía de Dante y sus relaciones con la teología y otros
ámbitos del saber humano, al mismo tiempo que profundiza en cómo elaborar una
buena y fecunda poesía religiosa.
“Y aquí aprovechamos la ocasión
para exhortar a cultivar la poesía religiosa, tanto la coral, orientada al
canto que recoge en sí los sentimientos de la multitud en la interpretación de
las verdaderas voces de la naturaleza, en la celebración de las fiestas y de
los grandes acontecimientos felices o tristes que ocurren, como en aquella que
es expresión del alma en diálogo con la Realidad divina, que la hace vivir y la
transciende”.
Ya casi al concluir su carta,
Pablo VI recuerda la importancia de reconocer las relaciones que la filosofía y
la teología tienen con la belleza, la cual permite que las valiosas enseñanzas
de esas disciplinas estén al alcance de muchos. Los discursos difíciles y
elevados son inaccesibles a los humildes (una multitud), los cuales, sin
embargo, pueden nutrirse mejor de la verdad a través de la belleza. Eso es lo
que hizo Dante, para quien “la belleza se convirtió en servidora de bondad y de
verdad, y la bondad materia de belleza”.
Por eso, para terminar, el Papa
invita a honrar al “altísimo poeta”, porque “pertenece a todos, ornamento del
nombre católico, universal cantor y educador del género humano”. No duda en
invitar a leer completa la “Divina comedia”, sin prisas, “con mente perspicaz y
con meditación amorosa”.
Pablo VI mostró, a través de “Altissimi cantus”, el gran
aprecio que la Iglesia dirige a uno de sus hijos, Dante Alighieri, que tanta
importancia tuvo y tiene en el mundo de la cultura, como poeta y humanista,
como filósofo y teólogo.
El documento del Papa Montini
puede ser una excelente ayuda para las celebraciones del VII centenario de la
muerte de Dante, pues conserva una actualidad sorprende, al ofrecer una
síntesis de las riquezas contenidas en la “Divina comedia”, y al invitar a los
hombres de cultura a promover esa belleza que facilita el acercamiento a las
grandes verdades sobre Dios, sobre el mundo, y sobre el sentido definitivo de
la existencia humana.