Pero si cuesta tan poco...
P. Fernando Pascual
26-3-2021
A veces nos sorprende ver que
alguien no llama por teléfono a sus padres ancianos, o no recoge un papel en el
suelo junto a su escritorio, o no cede su puesto a quien en el tren da señales
de cansancio y necesita ayuda.
Por dentro pensamos: cuesta tan
poco esa llamada, ese gesto de atención a la limpieza, ese detalle ante un
necesitado.
Lo que pensamos respecto de
otros, vale perfectamente para nosotros mismos. Muchas veces tenemos que reconocer
que nos costaba muy poco leer por segunda vez un mensaje antes de enviarlo con
errores importantes...
Al mismo tiempo que dejamos de
lado asuntos y acciones que cuestan muy poco esfuerzo, emprendemos otras que
implican tiempo y energía. ¿Por qué? Porque nos interesa conservar la forma, o
porque nos entusiasma ese deporte, o simplemente porque parece que cuesta menos
lo que hacemos por gusto.
Lo que hacemos y lo que dejamos
de hacer depende, ciertamente, de cómo vemos lo que cuesta o no cuesta realizar
ciertos actos. Pero, sobre todo, depende de la cantidad de amor y de ilusiones
que ponemos en cada asunto.
Por eso, no hacemos cosas que
no cuestan casi nada simplemente porque no nos interesan o porque no
descubrimos su valor. Y hacemos cosas que incluso cuestan mucho porque creemos
que con ellas mejora nuestra vida y alcanzamos metas que consideramos valiosas.
En algunos momentos de la vida
necesitamos breves pausas para darnos cuenta de qué hacemos o qué no hacemos, y
cómo orientar mejor nuestras decisiones y nuestro tiempo.
Entonces empezaremos a hacer
cosas que cuestan muy poco, pero que ayudan a mejorar las relaciones en
familia, a tener más limpia la oficina, o simplemente a dar ánimos a alguien
que encontramos con un rostro cansado y que necesita apoyo en este momento
concreto de su vida...