Vivir la misericordia en la familia 

¿MISERICORDIA O COMPLICIDAD? 

Martha Morales 

 

Todos quisiéramos ser personas con mucha educación y simpatía, con capacidad de liderazgo y gran optimismo, con buenos hábitos y gran capacidad de ser felices. Y en esta batalla damos un paso adelante y dos pasos atrás. Nos gustaría ser personas comprensivas, que saben dar los buenos consejos y que saben consolar. Y Cristo nos dice: “Sin Mí nada pueden hacer” (Juan 15,5), y así es, solos no podemos dar un paso en el camino de la fe. 

Los Sacramentos, medicina principal de la Iglesia, no son superfluos, los necesitamos como la respiración y como la luz, para saber lo que el Señor quiere de nosotros. Por el contrario, si se abandonan los Sacramentos, desaparece la verdadera vida cristiana y aparecen las malas tendencias: la soberbia, el egoísmo disparado, la impureza y una reata de malas pasiones. 

En nuestra época, una sociedad somnolienta y arrogante llega a despreciar la corriente redentora de la oración y de los Sacramentos –maravillosa intervención de la misericordia divina-, y esta es una llaga que padecemos y que resulta incurable sin la intervención del Cielo. 

Para que una familia sea funcional, debemos vernos unos a otros con cariño, con comprensión y con ojos de misericordia, que es la mirada con la que Dios nos ve. 

Hay cosas que son de vida o muerte y no me refiero a la muerte física sino a la muerte espiritual. Dios quiere que nos volvamos a Él. Estamos en una época complicada y oscura porque mucha gente se ha prostituido y rechaza la gracia del Señor. Jesús nos busca a diario. ¿Y acaso encuentra una respuesta en nosotros? La Virgen María nos ha manifestado en Fátima y en Lourdes la urgencia de volver al Señor. La Sagrada Escritura está en nuestro hogar para que en cualquier momento la leamos y encontremos esperanza en las palabras que Dios nos comunica en ella. Dios busca algo mejor para sus hijos y por eso nos habla, más para escucharle hay que hacer silencio interior. 

Viene una época mucho más difícil que la de ahora, por ello necesitamos fortificar la unidad familiar, y eso sólo se logra con buena voluntad y espíritu de sacrificio. Cuando se ama, se ora y se es capaz del sacrificio. 

Hoy hay muchas ocasiones de corromperse, de buscarse a sí mismos al margen de Dios. Los habitantes de la tierra le hemos dado la espalda a Dios. El Señor nos ha dado tiempo en esta pandemia, y hay quienes invierten ese tiempo en banalidades y cosas pecaminosas. Hay jóvenes que ya no van a Misa ni saben lo que la Misa es, son paganos. Sus ídolos son el dinero, la impureza y el propio “yo”. 

La familia ha de ser modelo de misericordia, no nido de víboras. Lo único que nos llena el corazón es la verdad absoluta, el bien infinito y la belleza celestial, y esto se encuentra sólo en Dios, pero la bondad se aprende en el seno de la familia. Donde reina Cristo, reina la alegría, la generosidad y la comprensión. Pero hoy día hay madres que se consideran a sí mismas “comprensivas” porque toleran toda clase de pecados en sus hijos, incluso los pecados contra natura, y así sus hijos se descaminan y se encaminan a una vida de culpas y de amargura. Esas madres pasan por alto los mandamientos, más que virtud ejercen complicidad: “No digo nada y tú no me echas en cara lo que hago mal”. 

La familia, además, es el lugar donde se aprende el perdón y se perdona, pero hay hermanos que buscan vengarse por un mal recibido. Los que buscan la venganza, se hieren aún más. Hay que dejarle a Dios la venganza, él dará a cara uno lo que merece, y, si se arrepiente de su mal, Dios lo perdona. La venganza tiene la dulzura de la serpiente, es suave y venenosa; pero la venganza encadena, mientras que el perdón libera de la carga. 

En un mensaje mariano la Virgen nos dice: “Muchos no saben pedir perdón. Eso coloca de nuevo a mi Hijo en la cruz”. 

Cuando se experimenta el perdón se marca el principio de un proceso de sanación. El perdón es un asunto estrictamente individual, que no se ha de confundir con la reconciliación. Una persona le puede conceder el perdón a un abusador, pero eso no quiere decir que siga con esa relación. La confianza no se puede restaurar si el familiar no es fiable. En cambio, en la reconciliación las cosas vuelven a ser como antes. Cuando perdonas no cambias el pasado, cambias el futuro… 

Si México es fiel a la fe y a la unidad familiar, va a ser el líder espiritual en un futuro próximo a nivel mundial, pero si no es fiel, será uno más de los países oscuros. Volvamos a nuestro Creador antes de que sea demasiado tarde.