Acciones humanas y cambios
ambientales
P. Fernando Pascual
27-2-2021
A lo largo del tiempo, pero de
modo más intenso en las últimas décadas, se ha desarrollado un mayor interés
por evaluar el impacto de los comportamientos humanos en el ambiente.
Ese interés está acompañado,
en personas y en grupos, por un esfuerzo serio para defender el ambiente ante
las acciones dañinas provocadas por la especie humana.
Detrás de ese deseo hay dos
ideas, una bastante obvia y explícita, otra poco evidenciada pero no por ello
menos importante. La primera idea supone que el ambiente es un bien que merece
ser protegido. La segunda idea coloca al ser humano, en parte, como un ser que
tiene responsabilidades especiales respecto del ambiente.
La primera idea, desde luego, tendrá
matizaciones importantes. Es obvio que el ambiente cambia a lo largo de la
historia del planeta. Donde antes había un bosque hoy hay un desierto. Donde
florecían los prados ahora hay un fuerte crecimiento de arbustos.
Lo que suele destacarse en este
punto es que el ambiente natural contendría una serie de equilibrios que
permiten la coexistencia de especies diferentes de plantas y de animales, y que
tales especies en sí mismas son un patrimonio, un valor, que vale la pena
proteger y conservar.
La segunda idea es bastante
más compleja y, en algunos casos, puede llevar a una extraña contradicción. Que
el ser humano tiene potencialidades enormes resulta algo obvio y aceptado casi
universalmente, y sería extraño que alguien lo negara.
El problema consiste en
explicar el fundamento de esas potencialidades. Si alguien se coloca en una
visión materialista, en la que se niega la existencia de un alma espiritual y
se reduce al ser humano a una especie viviente surgida gracias a un proceso
evolutivo autónomo, resultaría que las potencialidades humanas serían parte de
ese proceso y, por lo tanto, algo de por sí neutro, sin connotaciones éticas.
Pero entonces surge un grave
problema: ¿por qué un ser vivo originado, según ciertos evolucionistas, desde
el desarrollo de las leyes de la materia, tendría que controlar sus
comportamientos para favorecer la pervivencia de otras especies y, en el fondo,
también de sí mismo?
En otras palabras, si la
evolución ha “producido” un ser capaz de construir rascacielos, de asfaltar
carreteras, de usar masivamente el petróleo, de emplear bombas en las guerras,
¿no sería algo “natural” permitir a ese ser que actuase según sus
posibilidades?
Parecería fácil responder a
esa objeción, desde una perspectiva materialista, a través de un razonamiento
como este: es cierto que el hombre ha surgido de la materia y que no existe en
él algo que lo separe radicalmente de los animales; pero también es cierto que
la misma evolución ha capacitado al ser humano del poder de autocontrolarse.
La realidad, sin embargo,
parece ir contra ese razonamiento: basta con observar los enormes cambios
ambientales (muchos de ellos dañinos) que millones de seres humanos han
provocado y siguen provocando; y con reconocer que entre esos cambios muchos
han ido precisamente no solo contra el ambiente, sino contra el mismo ser
humano...
En realidad, hay otra
perspectiva de afrontar el tema, y consiste en reconocer que el ser humano no
sería un simple resultado de procesos evolutivos autónomos, sino un ser dotado
de un alma espiritual, una inteligencia y una voluntad, que lo hacen distinto
de los demás vivientes del planeta, y, por lo mismo, responsable de las
acciones buenas o malas que pueda realizar.
En esa perspectiva, la
atención al ambiente se encuadra en una visión en la que el ser humano adquiere
unas mayores responsabilidades no simplemente por ser parte del planeta, sino
por tener un origen singular y un destino que va más allá del tiempo y del
espacio que conocemos.
Esa es la perspectiva que
surge en la visión cristiana, perspectiva que encuentra una expresión concreta
en un documento orientado casi exclusivamente a reflexionar sobre la
importancia del ambiente: la encíclica “Laudato si’”
del Papa Francisco, del año 2015.
Esa es la perspectiva que
puede aportar mucho en un tema de tanto interés y urgencia, el de la
conservación del ambiente, para el bien no solo del género humano, sino también
de tantas especies de animales y de plantas.
El ambiente que hemos recibido
y la biodiversidad que lo caracteriza merecen ser protegidos, porque hacen
posible y bella la convivencia de quienes compartimos, por un tiempo que no
sabemos cuánto durará, un mismo planeta, mientras caminamos hacia el mundo que
empieza tras la frontera de la muerte.