CAPÍTULO DÉCIMO PRIMERO: 4

Padre Arnaldo Bazán

"Cuando éstos se marchaban, se puso Jesús a hablar de Juan a la gente: “¿Qué salieron ustedes a ver en el desierto? ¿Una caña agitada por el viento? ¿Qué salieron a ver, si no? ¿Un hombre elegantemente vestido? ¡No! Los que visten con elegancia están en los palacios de los reyes. Entonces ¿a qué salieron? ¿A ver un profeta? Sí, les digo, y más que un profeta"(11,7-9).

Mateo recoge en esos versículos el que fue, posiblemente, el mejor elogio que hiciera Jesús de alguien, durante su estadía en la tierra.

Pero no comienza a hablar hasta que los discípulos de Juan se hubieron marchado, quizás para que ellos no se confundieran considerando a Juan superior al propio Jesús. Claro que la verdadera intención de Jesús no la sabemos.

El Maestro sabía muy bien que casi todos los presentes conocían a Juan y habían ido a las orillas del Jordán para ser bautizados por él.

Por eso les hace las preguntas sobre a quién salieron a ver en el desierto. Hablar de una “caña agitada por el viento” era lo mismo que de una persona veleidosa, que cambia de opinión rápidamente, que no es consistente con sus convicciones. Alguien que no está seguro de sí mismo.

Todos sabían muy bien que esto no describía a un hombre como Juan. Por el contrario, precisamente por sostener sus convicciones estaba en la cárcel, defendiendo los principios de la justicia frente a la maldad de Herodías y la cobardía y vida viciosa de Herodes.

La siguiente pregunta va a ser una flecha contra el reyezuelo presuntuoso que, pese a estar convencido de las razones de Juan, y hasta temerle (ver Marcos 6,20), se dejaba dominar por la lujuria y no estaba dispuesto a perder la vida muelle que llevaba, mientras sus súbditos padecían calamidades.

La Historia nos enseña que una mayoría de los monarcas que han existido jamás se ocuparon verdaderamente de mejorar la vida de la gente, sino solo defender sus intereses y sus ambiciones. Y esto puede aplicarse también a muchos gobernantes que el mundo ha padecido.

Juan era un profeta. Y esta palabra encierra un significado muy profundo, ya que el profeta era el que hablaba en nombre de Dios.

El profetismo entre los israelitas había desaparecido varios siglos antes de la aparición del Bautista. Esa fue una de las razones por las que su predicación fue acogida con tanto entusiasmo, pues el pueblo fiel tenía hambre de tener a un profeta entre ellos. Se le considera a Juan el último de los profetas del Antiguo Testamento.

Arnaldo Bazán